Al otro lado…
Todos piensan que lo que me duele, lo que me escuece en el alma, es no tenerla conmigo ahora; no tenerla al lado. Estar solo otra noche más… Pobres ilusos… lo que se convierte realmente en una herida sempiternamente abierta no es eso; es el tener la constancia de que ella no piensa en mí, la horrible verdad que sobrevuela mi pecho y que me susurra que ella no anhela mis besos ni mis brazos, que no quiere estar conmigo.
Duermo desnudo sobre unas sábanas sin perfume, recién lavadas y, no obstante, ásperas al tacto. Entre sueños, las chinches me muerden en el culo, y las pulgas se pasean por el vello mal recortado. Las siento; a todas ellas. Y me despierto, sudoroso y flácido como nunca. Palpo mi cuerpo demacrado, mi delgadez forzada, pero ya no hay rastro. Nunca lo hubo. Me incorporo y enciendo un cigarrillo sin demasiada gana. La boca seca, ávida de saliva, no recibe de buen grado al humo picante. La leve asfixia hace acto de presencia. Demasiado tabaco. Demasiado.
Siento deseos de abrir la puerta y pasear por el jardín, hasta la piscina, sin más atuendo que mi insomnio y mis heridas y picaduras figuradas, mi testigo derrotado, mi virilidad humillada ya durante demasiado tiempo. Es madrugada de verano, y habrá seguramente testigos en las terrazas que puedan atestiguar, cualquier día, que hice pública mi vergüenza, que di fe de mi fracaso…
Cobardes son los que abandonan a la primera de cambio; cobardes son los que no se atreven a comprobar si van a ser cobardes. Y yo estoy rodeado de cobardes que sólo se hacen corpóreos en sueños, que sólo se muestran en las sombras. Yo también, también fui uno de ellos.
Intento conectarme a la realidad cuando ya apuro el cilindro humeante al que he mordido en el filtro. No hay huellas. Lo vuelvo a comprobar… he perdido el rastro…
Débiles son los que no quieren derramar su sangre bajo ningún concepto, aún a riesgo de que ésta se pudra (estancada, debilitada) en el interior de sus venas; débiles son los que lanzan emisarios que nunca van a decirles la verdad cuando regresen. Y yo estoy rodeado de débiles que intentan contagiarme su hastío y su letanía cansina. Yo también, lo admito, también fui uno de ellos.
Amanece y vuelve el cansancio, el inútil esfuerzo de la razón que se obstina en tumbar al coloso e impedir que derrame sus lágrimas. Pero no lo consigue: yo soy gigante, soy inmenso: mido tres metros ya, y sigo creciendo. Porque fui débil y fui cobarde, y es cierto que viví en una era en la que callé y volví la cabeza para otro lado… pero ahora he regresado desde el otro lado de la trinchera…
Volved, parásitos, arácnidos e insectos…mi carne ya vuelve a posarse en esas asépticas colchas que arderán más pronto que tarde…
Todos piensan que lo que me duele, lo que me escuece en el alma, es no tenerla conmigo ahora; no tenerla al lado. Estar solo otra noche más… Pobres ilusos… lo que se convierte realmente en una herida sempiternamente abierta no es eso; es el tener la constancia de que ella no piensa en mí, la horrible verdad que sobrevuela mi pecho y que me susurra que ella no anhela mis besos ni mis brazos, que no quiere estar conmigo.
Duermo desnudo sobre unas sábanas sin perfume, recién lavadas y, no obstante, ásperas al tacto. Entre sueños, las chinches me muerden en el culo, y las pulgas se pasean por el vello mal recortado. Las siento; a todas ellas. Y me despierto, sudoroso y flácido como nunca. Palpo mi cuerpo demacrado, mi delgadez forzada, pero ya no hay rastro. Nunca lo hubo. Me incorporo y enciendo un cigarrillo sin demasiada gana. La boca seca, ávida de saliva, no recibe de buen grado al humo picante. La leve asfixia hace acto de presencia. Demasiado tabaco. Demasiado.
Siento deseos de abrir la puerta y pasear por el jardín, hasta la piscina, sin más atuendo que mi insomnio y mis heridas y picaduras figuradas, mi testigo derrotado, mi virilidad humillada ya durante demasiado tiempo. Es madrugada de verano, y habrá seguramente testigos en las terrazas que puedan atestiguar, cualquier día, que hice pública mi vergüenza, que di fe de mi fracaso…
Cobardes son los que abandonan a la primera de cambio; cobardes son los que no se atreven a comprobar si van a ser cobardes. Y yo estoy rodeado de cobardes que sólo se hacen corpóreos en sueños, que sólo se muestran en las sombras. Yo también, también fui uno de ellos.
Intento conectarme a la realidad cuando ya apuro el cilindro humeante al que he mordido en el filtro. No hay huellas. Lo vuelvo a comprobar… he perdido el rastro…
Débiles son los que no quieren derramar su sangre bajo ningún concepto, aún a riesgo de que ésta se pudra (estancada, debilitada) en el interior de sus venas; débiles son los que lanzan emisarios que nunca van a decirles la verdad cuando regresen. Y yo estoy rodeado de débiles que intentan contagiarme su hastío y su letanía cansina. Yo también, lo admito, también fui uno de ellos.
Amanece y vuelve el cansancio, el inútil esfuerzo de la razón que se obstina en tumbar al coloso e impedir que derrame sus lágrimas. Pero no lo consigue: yo soy gigante, soy inmenso: mido tres metros ya, y sigo creciendo. Porque fui débil y fui cobarde, y es cierto que viví en una era en la que callé y volví la cabeza para otro lado… pero ahora he regresado desde el otro lado de la trinchera…
Volved, parásitos, arácnidos e insectos…mi carne ya vuelve a posarse en esas asépticas colchas que arderán más pronto que tarde…
3 comentarios:
bueno, yo no te he hecho nada, a qué viene que me llames chinche?
ja ja ja ja perdona, es que tengo una tarde totalmente gilipollas!
Estamos fatal, eh?
Deses, deja de morderle el culo a la gente. Mira qué te lo tengo dicho!!
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