jueves, 23 de septiembre de 2010


DATO

Pocas personas
(muy pocas en realidad)
alcanzan a darse cuenta
de que todas las batallas
(sin excepción alguna)
comienzan con un único disparo.

Un solitario, a veces desconcertante y,
casi nunca certero, primer disparo.

A veces,
(muchas en realidad)
se trata de una débil y lacrimosa
bala perdida… ¿pero perdida dónde,
en mitad de dónde? ¿supo
(alguien acaso)
que tuvo que ser encontrada, recibida,
abrazada entre amasijos de carne sana?

Y luego quedan los macabros recuentos,
el graznar de las máquinas reconstruyendo
(limpiando… otra vez, de nuevo)
y las banderas recién planchadas, sobre
los mástiles, circundándolos, aleteando fijas…

Pero nadie piensa en el tirador y en su dedo
acaso sumisos, displicentes, peones de un tablero
(sin cuadrícula, sin número)
o esclavos de un temblor o de un latido
de tinta sorda. Y terriblemente muda.

Siempre es, sádica, la fecha de la batalla,
de lo que ya no tiene remedio…