GENEROSIDAD…
El mismo día, el mismo y exacto día en que alguien de mi entorno muy cercano me anuncia la inminente llegada al mundo de una nueva vida (yo quisiera que fuera niña, pero bueno, no está en mi mano…), emiten en Cuatro el reportaje documental “Niños de ochenta años”, sobre la PROGERIA, una rarísima enfermedad genética que provoca el envejecimiento extremo y prematuro de los tejidos y órganos. Y nos muestra cómo afecta por igual tanto a niños como los “Kan”, de la India rural (por cierto, única familia en el mundo con más de un hermano afectado; en concreto cinco, aunque sólo tres con vida), como a los más acomodados norteamericanos como “Ory”, de Seattle.
Independientemente de que cuando un mal así afecta a niños, a cualquier niño, el nudo en la garganta y el dolor es desgarradoramente igual (aún desde la óptica del espectador), las diferencias entre clases y entre situaciones económicas se hacen palpables y especialmente cruentas: Ory, con tan sólo nueve años pero extremadamente debilitado y con una apariencia de nonagenario y un tamaño y proporciones inusuales, vive con la esperanza de participar, en menos de un año, en una serie de ensayos clínicos de un nuevo medicamento que puede ralentizar el avance de su mal (la esperanza de vida para la variante “clásica” de la mutación es de tan sólo 13 años). Los hermanos Kan, por contra, y “gracias” a su malnutrición y a su entorno paupérrimo han desarrolado una variante más extraña y casi única y para la cual es casi improbable pues encontrar remedio. A cambio, resulta irónico que sus lamentables condiciones de vida les hayan conferido una resistencia cardíaca y pulmonar dignas de estudio y que sea muy posible que llegaran a alcanzar la treintena de años (la mayor, de hecho, ya cuenta con 19, aunque parte el alma observarla en la pantalla).
Ella misma (lo siento, soy incapaz de transcribir el nombre correctamente), remata el filme con una sentencia que se quedará clavada en mi enferma cabecita (cabezón): de confesión musulmana, saca fuerzas de flaqueza y entona un serenísimo y calmado “…Alá ha decidido que mis hermanos y yo enfermemos, pero nosotros le rezamos todos los días para que esto no le pase a otros niños…”. Los mismos niños que, como cuenta un poco avergonzado su hermano menor, “… les tiraban piedras si se acercaban, porque los mayores les habían dicho que su aspecto era contagioso…”.
Y ya, después de esto, pues le pueden dar por culo a muchas cosas absurdas… vamos, digo yo…