Te dirán que sí, que no, que más al lado.
Te dirán que era mejor que estuvieses muerto,
o no tan vivo,
que nadie gusta de sentir cerca a alguien
que grita sin palabras, sólo con una mirada
burlona, con sonrisa burlona, como de
“acá estoy yo, siempre por encima…”, y no
saben que el vértigo te domina
en el segundo peldaño apenas…
Te dirán que tú no, que no eras tú,
que no te lo merecías, que no eres tú
(aunque ya lo supieras y lo que no quisiste
era escucharlo),
que no ganás suficiente plata,
que no conduces un gran auto,
que no compraste el traje adecuado;
que no te mereces meter un hijo
(o un cheque)
en las entrañas de nadie.
Te dirán que es una broma, un
insulto, eso de la
lengua materna hija de mil madres…
Te dirán, y bien lo sabes, que
tu escritura está muerta, gangrenada,
podrida, hirsuta…
y ni el sólo consuelo de que, al menos,
no son pocos (ni pocas) los que te
van a la zaga.
Y tú… ¿no dices nada?
¿vos no tenés diestra, no sangrás, no llorás
si te decapitan o ya lo surtiste todo entre
renglones repetidos, entre misivas sin sello
y abrazos sin fuerza ni hombros?
Tú les dirás, con la encía rota:
“¿Por qué no me decís nada que
pueda oír… que no suene a relincho, a pasa
o a pan duro, a esquirla, a aspa, a hueso
molido o a paja?”
Te dirán “adiós…” y tú, infeliz,
con la mano tendida… y la saliva seca.
(Fotografía: “Habladuría”, de William López)
martes, 21 de septiembre de 2010
CARBONATADA