YERMO… (?)
“¿Por qué ya no escribes tan seguido, Púgil…?” Es una pregunta recurrente, y sobre todo en estas fechas… Quién ha dicho que no lo hago. Me cruzo de brazos y me resigno, porque no puedo explicarlo y porque nadie va a entenderlo (siendo justos: yo no me voy a hacer entender). Parafraseando al “Jack” de “Perdidos”, supongo que es eso de que “una cosa es lo que dice (digo) y otra lo que significa”…
Le escupo a “JL” toda la bilis metafórica que me corroe las tripas; y él me escucha, claro, y casi siempre sin dejar de mirarme a la cara. Y lo hago como si también se lo estuviera escribiendo. Y cuando él me dice que “ahora no se puede tirar la toalla, Luís…”, yo también lo leo en lugar de escucharlo.
Luego recuerdo cuando tenía tantas ganas de desaparecer. Entonces arranco la moto y lo escribo, pero con las manos en los manillares. Y empieza a nublarse, y no miro hacia adelante, porque el asfalto ya tiene las huellas de los neumáticos tatuadas, a modo de rail (tantas, tantas veces el mismo recorrido… podría dejarme llevar, estoy tan seguro…). Miro a las nubes, y las describo. Pero con las manos en algún lugar que ya no es visible (ni la tinta; tampoco).
“¿Y ese poema que empezaste, Púgil… ya nunca vas a regalármelo, nunca vas a terminarlo…?” Cómo explicar a veces que ese poema es casi tan largo y tan extenso ya como su espera y como su ansia de leerlo y de empaparse de él…
Yo quisiera, al menos durante un día, o por una noche, o en ese espacio que va entre un instante y otro, dejar de escribir. Y descansar…
“¿Por qué ya no escribes tan seguido, Púgil…?” Es una pregunta recurrente, y sobre todo en estas fechas… Quién ha dicho que no lo hago. Me cruzo de brazos y me resigno, porque no puedo explicarlo y porque nadie va a entenderlo (siendo justos: yo no me voy a hacer entender). Parafraseando al “Jack” de “Perdidos”, supongo que es eso de que “una cosa es lo que dice (digo) y otra lo que significa”…
Le escupo a “JL” toda la bilis metafórica que me corroe las tripas; y él me escucha, claro, y casi siempre sin dejar de mirarme a la cara. Y lo hago como si también se lo estuviera escribiendo. Y cuando él me dice que “ahora no se puede tirar la toalla, Luís…”, yo también lo leo en lugar de escucharlo.
Luego recuerdo cuando tenía tantas ganas de desaparecer. Entonces arranco la moto y lo escribo, pero con las manos en los manillares. Y empieza a nublarse, y no miro hacia adelante, porque el asfalto ya tiene las huellas de los neumáticos tatuadas, a modo de rail (tantas, tantas veces el mismo recorrido… podría dejarme llevar, estoy tan seguro…). Miro a las nubes, y las describo. Pero con las manos en algún lugar que ya no es visible (ni la tinta; tampoco).
“¿Y ese poema que empezaste, Púgil… ya nunca vas a regalármelo, nunca vas a terminarlo…?” Cómo explicar a veces que ese poema es casi tan largo y tan extenso ya como su espera y como su ansia de leerlo y de empaparse de él…
Yo quisiera, al menos durante un día, o por una noche, o en ese espacio que va entre un instante y otro, dejar de escribir. Y descansar…