miércoles, 15 de abril de 2009


DESAHOGOS (I).

Siempre que puedo y las circunstancias me lo permiten, intento llegar con una antelación enfermiza a mis citas con el resto de personas. Aquella vez, sin embargo, creo que mi previsión superó todos los límites y mi anticipación, por qué no admitirlo, fue exagerada… Sufro impenitentemente cuando alguien tiene a su vez que sufrir mi demora, mientras que nunca me supo mal tener que esperar yo.

El ritual casi siempre se aviene a los mismos gestos ya casi litúrgicos y ceremoniosos: buscar un asiento lo más confortable posible (y a ser posible con respaldo, por mi leve escoliosis), dejar un reloj al alcance de la vista (casi siempre el del teléfono móvil; desde “aquello” ya nunca llevo reloj; otras veces, si hay suerte, el del campanario de una iglesia o uno de esos digitales y urbanos que también nos regalan la medida de la temperatura ambiente), vaciar los bolsillos de los pantalones (tabaco, llaves, encendedor…). Y, sí, querido lector: también, acto seguido, empezar sin escribir a abrir y cerrar una eternidad de paréntesis que encierran a otros paréntesis que, a su vez, esconden a otra infinidad de paréntesis… (como éstos con los que tanto te castigo, pero que tú sabes que no responden al deseo de martirizarte…).

Mi pasatiempo siempre ha sido OBSERVAR a la gente, a las cosas que me rodean en un paisaje dinámico, vivo. Por eso hoy me llaman “raro” y dicen que soy, como se estila por estas latitudes, un “personaje”. Me ahorraré y te ahorraré el tiempo de contarte todas las veces que (hay que decirlo) esta manía mía me ha reportado notables disgustos cuando alguien se ha sentido coaccionado o intimidado por mi peculiar e inocente (aunque esto sólo lo sé yo) “vigilancia”. Pero hoy son anécdotas y, afortunadamente, mis modales y mi verbo fácil que se activa en las situaciones más desesperadas, siempre me han salvado de estos obstáculos imprevistos.
Creo que gracias a este entrenamiento puedo permitirme la soberbia de afirmar que soy una persona que conoce a las personas (al menos, a las personas que esas personas dejan ver), y hasta le he encontrado una utilidad que me ha hecho, digamos, “popular” en mi entorno, y que no es otra que la de memorizar, como una fotografía, todo lo que mi visión panorámica puede abarcar desde el momento en que mis posaderas dicen “ok”, hasta el momento en que vuelvo a incorporarme, de modo que cualquier cambio, por leve que sea, no suele pasarme desapercibido. Esto viene a ser muy útil cuando alguien ha olvidado dónde dejó su copa o su abrigo, y sobre todo cuando algún pícaro, tunante amigo de lo ajeno, intenta sustraer cualquier objeto creyéndose desapercibido… Pero obviemos lo prosaico…

Vuelvo a aquella tarde-noche de la que os hablaba…

(INCISO: innecesario para los que ya me conozcan, pero quiero remarcar que la dimensión temporal en mis posts, sobre todo en aquellos como éste basados en hechos reales, suele estar alterada para “no dar pistas”… Quiero decir que igual era una tarde-noche, que las siete de la mañana, que las cinco de la tarde bajo una lluvia torrencial o bajo un sol de justicia, en una plaza frente a un ayuntamiento de pueblo o en un acantilado frente al Cantábrico. Sí, a veces también le doy un “repasito” a la dimensión geográfica… Es que luego me echan a los leones; sobre todo ellas…).

…y a la cantidad de gente que circulaba por aquella calle a esas horas y en ese día en concreto. “Voy a ponerme las botas, tú… espero que, encima, ella sume un leve retraso a mi desorbitado adelanto…”, pensé lleno de gozo y alborozo (esta rima pueril, absurda y estúpida es intencionada, Camilo…). Sin embargo (y no es que no hubiera pasado antes, pero siempre es un poco violento admitirlo) hubo de sobrevenir el temido “gatillazo”. Y no… aunque amo esos “juegos” o pasatiempos, por una vez no jugué a adivinar (sólo basándome en las vestimentas de su transporte humano) de qué ingredientes iba “vestida” la pizza que aquel payasete adolescente, por hacer una gracia divertida sólo para él, tiró sobre el acerado impoluto (impoluto hasta entonces, se entiende), antes de comprobarlo por mí mismo gracias a mis gafas-escandalosa-e insultantemente-bien-graduadas. Ni me atreví a anticiparme a aquella chica, que saludaba con la mano a alguien en concreto (el reto, lo imaginan, era concretizar yo antes) a quien acababa de identificar y con quien seguramente también había concertado un encuentro en el mismo sitio que yo. Me la traía “al pairo”; y eso era muy, realmente muy extraño…

Los cigarrillos empezaban a ligarse los unos con los otros, y las miradas obsesivas al teléfono móvil se cadenciaban cada vez menos, de modo que intenté activar el “plan B” para las situaciones de emergencia (y aquella lo era): los-mis-ya famosos “cálculos estúpidos”.

(PARA MUESTRA, UN BOTÓN GIGANTESCO: Durante un tiempo alumbré la teoría –antes hubo de superar el estadio de “hipótesis”, posterior al de “idea gilipollas”- de que, si en el universo, y ya lo decía Aristóteles, todo tiende a un “justo” o punto medio, la media de una serie numérica que va del cero al nueve tenderá a cinco, de modo que si una matrícula española de automóvil o motocicleta tiene cuatro dígitos, y “lo suyo” es que cada uno de ellos tienda a cinco, entonces nuevamente “lo suyo” –es una teoría andaluza y a mucha honra, dejen de sonreírse por mis comillas- es que el grueso de las matrículas de España, sumados dichos dígitos, y siempre como media “aristotélica”, arroje un resultado de “20”. Subhipótesis: si no da sumando –ya les anticipo que eso ocurre en 9.9 de cada 10 casos- , dará operando (restando, multiplicando, dividiendo…etc) con los números enteros de los que conste la placa. ¿Con que una idiotez? Pues sí, oiga, pero ni se imagina la de veces que lo consigo… Ejemplo:
2553B?F: Si sumo 3 más 2, obtengo 5. Ya tengo tres cincos, de modo que (5x5)-5=20.
Este era fácil, pero entiéndanlo, no son horas…).

Como no viera yo vehículos aparcados y, por otro lado, empezaba a oscurecer, sólo se me ocurrió una maquiavélica y fútil estratagema matemática para intentar desacreditar (por envidia sanísima pero acidísima) a todos los escritores a los que venero con fervor y que son capaces de parir auténticas joyas de escasas 150 páginas (no voy a dar nombres) con un periodo entre-partos de años, años y años… “A ver… imagina que fueran tan rematadamente vagos y que, diariamente, se sentaran delante del teclado y sólo consiguieran redactar… ummmmm… no sé… tres páginas. Es realmente poco si en realidad muchos sólo viven de eso, de escribir… al menos les gusta presumir de ello en entrevistas y reportajes… Tres páginas es más que razonable… y les descuento ya el tiempo de correcciones, y el de “Ctrl-E + Supr”, que todos tendrán días tontos… Eso viene a ser unos 50 días entonces… Hombre, luego digo yo que vendrán las relecturas, más correcciones para contextualizar todo el conjunto… Sé generoso y dobla, no, triplica el tiempo… nos vamos a cinco meses… venga, redondea, y ponlo en seis. Bueno, que también está lo de documentarse, claro, que el rigor es el rigor, y hay mucho listo suelto, e Internet, buffff, cualquiera se fía; donde se ponga una buena biblioteca con su hemeroteca o videoteca de rigor, ya te digo… Y algún viajecito habrá que hacerse, claro… alguna charla, alguna invitación, que si un cursete, una ponencia… Luego está lo que se lleva la Editorial en tiempo, claro, que esto no es un huevo que se echa a freír… Además, también eso de que muchos van llevando varios proyectos paralelos al tiempo, que no se ponen sólo con uno… espera, a ver la hora… no, falta aún… me enciendo otro…”. Cuando quise proclamarme a mí mismo vencedor y vencido y, para mayor escarnio y gloria al mismo tiempo, encima terminar admitiendo que “demasiado poco tardaban en salir obras nuevas de cada uno de ellos, angelitos…”, sonó el teléfono (primero vibró) y era una princesa de no sé qué estado centroeuropeo que juraba y perjuraba con su castellano-con-acento que no se había equivocado de número. “Yo le atiendo encantado, siempre y cuando mi condición de republicano no le incomode, señorita…”. Se ve que aquella gansada le hizo Gracia, y que yo le caí en Gracia, y unos minutos después se despidió dándome las Gracias por mi paciencia.
Aplasté la penúltima colilla y divisé, aún lejos pero acercándose con paso firme y muy decidido (como el que quiere “acabar cuánto antes”) a mi acompañante… Puntual, como siempre. Se sacudió el pelo y me dirigió un gesto inusitado… y entonces terminé de confirmar y de confirmarme que, efectivamente, no iba descaminado en mis augurios cuando era aquel tiempo en que aquella “Cuatro Quesos” aterrizó en el pavimento (no pude evitar la ojeada…): aquello no pintaba NADA, pero que NADA bien para mí aquella (ya) noche…

(Continuará…).