Postales de viaje (5).
Y dice don Camilo:
“(...) Que la poesía tiene mucho de guerra contra todos y a pesar de todos, de lucha denodada a la sombra de una bandera única y recién inventada, de pelea por la canción, por la libertad, por el derecho que nadie reconoce, el derecho a hacer siempre lo que a cada uno le dé la real gana, que es el único derecho que los dioses jamás niegan a quienes se lo piden con fe y esperanza”.
(Camilo José Cela.
Del Cuento “Recuerdo de Benito Soto, el último pirata pontevedrés”).
Yelena
A lo largo de la frontera existen miles de puestos
(ahora no sabría muy bien quién los regenta), donde
se puede, a precio razonable, canjear
curiosidad por respuestas a medias.
A lo largo de toda su extensión, donde se solapan las
transacciones y los sabores a carne fresca y enjabonada,
miles de puertas y cables y bolsas con sábanas y pañuelos
de un solo y, en ocasiones, inmoral uso.
Minuteros implacables que nadie puede manejar
a su antojo: un paisaje triste. No puede definirse
de otro modo.
Ahí subsiste un tubo que come monedas. Allá una lámpara
que pasó a mejor vida y que sueña con revelaciones
mucho menos mundanas.
¿Qué hay al otro lado?
Con el equipaje preciso y el papel secante nos embarcamos.
Y esta frontera no muere.
¿Qué hubo al otro lado?
¿Vivías entonces, con tu rosa tatuada y oculta,
entre gentes que jamás te besaron de esta forma?
Por encima de la frontera no surca nadie el aire. Nada.
Nunca conseguiremos encontrarnos
al otro lado; ni en el otro extremo.