miércoles, 27 de agosto de 2008


Estimada mía (4):

Anoche mismo emprendí viaje hacia uno de aquellos rincones apartados donde tú y yo solíamos ir, cuando éramos tan niños, a robarnos los besos y las primeras caricias por encima de la ropa. El primer y sincero “te quiero”. La primera noche de perseidas. El primer gemido tímido. El primer viaje a las cavernas y el aroma a cerrado de tu pecho…

Mi intención no era más que la de fumar uno, dos, tres cigarrillos y dejar que las lágrimas fueran mojando mis mejillas una a una, imaginando tu falda junto a mí, recordándote sentada en mi regazo mientras me enroscabas el pelo y me reprochabas mi desdén a la hora de rasurarme…

Aparqué la moto y guardé el casco. Como un reo que termina aceptando casi en el último instante lo que le depara la sentencia; asumiéndola sin más paliativos… Pero no pude…

Sorprendí a una pareja en el exacto lugar donde hace ya más de una década tú y yo nos escapábamos de madrugada. Sonreí cuando se sobresaltaron (¿recuerdas cómo a ti y a mí también nos pasó alguna que otra vez?). No dijeron nada. Yo tampoco. Retrocedí disimuladamente mientras encendía el cigarrillo y simulaba un ficticio encuentro con alguien (¿a esas horas?), mirando el reloj (sólo luego caí en la cuenta de que hace meses que no llevo reloj…).

El ciclo continúa, nunca se parará. Afortunadamente. Nosotros fuimos parte de él. Nosotros fuimos parte cada uno del otro. Una vez una chica me dijo que la explicación a una atracción autodestructiva (y mutua; la nuestra, la suya, la de la señorita de las espirales levógiras) podría ser que, en algún tiempo anterior, átomos nuestros formaban parte de un único organismo que, al desintegrarse y disgregarse, ahora se reencontraban y tenían una tendencia física a volver a reunirse y fundirse…

Nadie ha vuelto a posar para mí con medias negras… Y yo no me atrevo a pedirlo. Nadie ha vuelto a desnudarse con esa mirada que ve más allá de las nebulosas no descritas. Dentro del casco, el silencio es, paradójicamente, estremecedor. Llego al cubil y me drogo a conciencia para poder olvidar que he sido el convidado inoportuno. Y cuando el principio activo merodea por el sistema nervioso, mascullo una disculpa que nadie oye (ni tú, que entregas tus besos y tus pupilas a otros que tal vez no se lo merezcan). “La jodí… lo siento. No volverá a pasar…”. Y esa verdad irrefutable es la única que sobrevive en el trágico resucitar de los párpados: que ya nada va a volver a pasar, por muchos ciclos, por tantas parejas, por tantos imbéciles sin reloj que aparecen en el momento menos propicio…

Esporádicamente, me concedo el dudoso privilegio de añorarte. Ella lo sabe y me lo permite… hace como si no se enterara, y yo hago como si hubiera nacido a los 26… y no pasa nada, y la puta vida sigue…

(PD: ¿Es con esta clase de idioteces con las que quieres que actualice? Así sea… que no se diga que no hago nada por “contentarte”…).

1 comentario:

Anónimo dijo...

que bonito luismi, me ha gustado mucho, no se quien te lo ha pedido pero realmente puedo decir que bienvenido sea, da gusto leerte!!