viernes, 5 de septiembre de 2008


Papár, papár… llévame ar sirco (jorl!)

Llega un momento en que, transcurrido un tiempo y bajo el mismo techo donde has comenzado a dar tus primeros pasos, se produce en este lugar (léase: hogares de clase media-baja) un hecho paradójico y bastante sorprendente. Un fenómeno, sin embargo, que estudiado, comparado y contrastado resulta ser más normal de lo que en un principio pudiera parecer.

Es ese momento en que los niños comienzan a hacerse mayores; y los mayores sacan al niño que, sin duda, nunca dejó de habitar en ellos.


Los muchachos vamos creciendo, abandonamos el nido (en el mejor de los casos; yo a ese respecto me siento parcialmente afortunado). Nos empiezan a salir las primeras canas y el rostro se nos agrieta y se nos refunfuña gracias a toda una suerte de nuevas preocupaciones y de nuevas responsabilidades que jamás pensábamos que iban a aparecer. Nos “ennoviamos”, nos casamos (con nuestra pareja o con nuestra hipoteca o con ambas), tenemos hijos… Los almuerzos en común, las cenas (cada vez más espaciadas) empiezan a perder “chispa”, y un día nos sorprendemos a nosotros mismos reprobando alguna actitud de un sobrino o sobrina que, pocos años atrás, hubiera desembocado en carcajada y anécdota digna de esas conversaciones de familia que (no nos engañemos) son las mejores cuando hay un apagón que va para largo…


Y ahí, en el sillón de al lado, o en el otro extremo del sofá, donde siempre se sentaba ese elemento del “mobiliario doméstico”, gruñón y poco dado a las demostraciones de cariño (en el peor de los casos); ese “cajero automático” expendedor de monedas o billetes del que no convenía sin embargo abusar demasiado; ese perfil antaño temido y respetado a partes iguales… Ahí ahora aparece un bonachón cincuentón o sesentón de papada y barriga hecatómbicas que se apodera de todos los mandos a distancia estratégicos existentes en el salón… a saber: televisión y descodificador de TDT o tele digital…


Para él la vida se empieza a barnizar de una sencillez inusitada. Las prioridades y los baremos cambian… Los extremos ya no lo son tanto, o lo son del todo, y el concepto “mantener el orden de la casa” se metamorfosea radicalmente…


La programación televisiva, por ejemplo, se compone básicamente de dos tipos de bloques temáticos: las películas sin anuncios (subdivididas en “de acción” y “de vaqueros”; se admite una variante especial “cine de destape”, pero que por su carácter esporádico no será considerada como independiente), y los concursos más inverosímiles.


Es inútil entrar en debate: por muy rebuscado que el autor del guión haya querido escribir éste, los personajes de estas historias siempre se dividirán en “los buenos” y “los malos” (¿adivinan quienes resultan SIEMPRE vencedores?). Asimismo, existe una ley consuetudinaria no escrita que reza que “todos los malos con facciones orientales, estatura corta y ojos rasgados son LOS CHINOS”. Da igual que se trate de una de las cruzadas tailandesas de Van Damme o del mejor thriller koreano…


Es inútil empezar la discusión: todas las tribus amerindias, sea del lado de las Rocky Mountains o del dichoso río “Pecos” en el que se ubiquen, recibirán la denominación de “los APACHES” (sioux, cherokees, mohicanos, utes, cheyennes, iroques, comanches, semínolas, navajos… ¿pa qué?).


La llegada del primer nieto suele desencadenar varias riadas de babas a lo largo de los pasillos… episodios que se repiten con una frecuencia relativamente regular. Este momento es especialmente duro para los primogénitos, al preguntarnos (escarbando entre los archivos de la papelera de reciclaje de nuestra memoria) si con nosotros se había llegado a invertir tal dosis de empalago recalcitrante…


Fenómeno también curioso a destacar el de la administración cuasi-gubernamental a la que someten (donde los hay) a los aparatos de aire acondicionado o climatizadores, convirtiéndose desde su misma instalación un hecho tan aparentemente inocuo como olvidar cerrar la puerta del baño (al fondo a la derecha y muy alejada del radio de influencia de la maquinita) en un delito constitutivo de pena consistente en zurriagazo decibélico directo para tus tímpanos.


(Inciso: les conmino a que, en los comentarios, engrosen esta lista de ejemplos con los suyos propios. Es tarde y ahora no se me vienen más, aunque los hay…).


¿Y saben qué? Que cuando te paras a pensar en estas cosas, también empiezas a darte cuenta de otra curiosidad matemática (y muy paradójica, como lo suelen ser las mejores): las ganas de perderlos de vista de una pajonera vez que te empiezan a invadir el cerebelo son inversamente proporcionales al deseo de no parecerse a ellos dentro de unos años. Porque es mi “viejo” al fin y al cabo… es mi puñetero padre. Y con él rompieron el molde…


(Based on a Q’s conversation…)

4 comentarios:

Jove Kovic dijo...

Pues a veces sí, pero normalmente la apetencia es perderlos de vista. Cosas de familia mal avenida, aunque no mucho.

Anónimo dijo...

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