viernes, 22 de agosto de 2008


Mai més…

Finalmente, La China había conseguido convencer a Paco de que pusiera el coche en marcha, con la falsa promesa de un encuentro inolvidable al otro lado del último peaje de la autopista, justo tras la tercera salida, en la casita de Jordi, que estaba de camping pero que le había dejado las llaves. Jordi siempre tan atento. Jordi siempre tan amigo de los que realmente no eran ni serían jamás sus amigos.

Los kilómetros se sucedían y engrosaban la cifra del reloj del cuadro de mandos.

La China fingía muy bien. Con el pretexto de buscar la tarjeta en el bolso (faltaría más… por supuesto, nunca apareció), logró encontrar, eso sí, la bolsita con el último medio gramo. Una “clencha” más no podía hacer daño. La caja del CD de Led Zeppelín serviría. Tú querrás, ¿verdad? No sé si debería, China, ya voy muy pasado, China… Aquesta nit es nostra nit, Paco… mai més… T’ho prometo… Nunca juraba, sabía lo que se hacía…

Si alguien hubiera tenido que esperar a que ellos terminaran de solventar el aparentemente sencillo trámite de conseguir elevar la barrera, sin duda hubiera acabado perdiendo los nervios. Pero era una “hora canalla” en la que ni el chico que cubría el detestable turno de madrugada del viernes parecía extrañarse de nada; si una nave de Saturno hubiera estacionado junto a la garita y alguno de sus tripulantes se hubiera bajado para pedirle fuego, él se lo habría dado y, además, hubiera pedido un cigarrillo para fumar a la salida.

Para llegar a casa de Jordi había que cruzar una pequeña rambla llena de baches. La China se golpeó en la cabeza contra el cristal, y se sobresaltó. Estaba empezando a quedarse dormida, aún después del último “viaje” de su nariz. Ni el hambre de Paco, que había dirigido las ruedas delanteras intencionadamente hacia el socavón; ni el hambre de Paco…

Lo que sucedió luego, en el salón, sin duda ya estaba escrito en algún guión, algún macabro manuscrito… El olor a humedad (a humedad en sentido estricto) y el polvo, y los pelos de “Sati”, la gata de Jordi, terminaron de inmolar las fosas de La China, que encontró el pretexto perfecto para exiliarse en el baño el tiempo exacto en el que Paco tardó en beberse entero el brick de zumo de manzana que encontró en el frigorífico, volvió a encender el teléfono móvil y leyó un nuevo mensaje de texto:

“No vuelvas”.

La China, por supuesto, se encontró indispuesta el resto de la noche. Durmió en la cama, por supuesto. Por supuesto, Paco cayó derrotado (en sentido estricto) en el sofá, vestido, y quemando parcialmente la funda con la última brasa entre los dedos. Jordi iba a enfadarse, claro.

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