No hay una frase exacta para definirlo, ni una cita o un aforismo siquiera...
Me condiciona saber que estás al otro lado de la puerta y, aún así, la cruzo. Es entonces cuando todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo firman un armisticio imaginario y se alían con una única meta: intentar dejar de percibirte.
Ya no soy capaz de inventar historias imaginarias como las de antes, tan llenas de dobles sentidos, tan llenas de figuras, de metáforas, de iconos y de mensajes escondidos... Repaso mis antiguos escritos y siento pena de mí mismo. Pero supongo que es lo que tiene que pasar y, como tal, lo acepto; lo asumo. Ya no. Ahora ya no soy capaz de construir bonitos relatos a partir de un recuerdo vago que ni siquiera tenía que ver contigo. Me has asesinado sin apretar el cuchillo ni blandir la daga...
Caballero Bonald cuenta una historia sobre los marineros de la ensenada, de la desembocadura del Guadalquivir: “dicen los más viejos, como yo, que cuando un marino sobrevive a tres naufragios, entonces se convierte en inmortal, en eterno. Yo sobreviví ya a dos en mi juventud y en mi edad madura... ANSÍO QUE LLEGUE EL TERCERO...”. Caballero y yo somos uno, en un instante, por un segundo...
Yo le decía a ella que sentía pena por morir sin saber lo que era parir; aunque sepa que no me corresponde, aunque sea consciente de la atrocidad que digo. No. Yo no me conformo con CREAR vida solamente... yo quiero PORTAR, LLEVAR vida también; dentro de mi, conmigo. ¿Qué será entonces de la mía, pariendo únicamente letras inconexas y, cada vez más, tan llenas de podredumbre? Si no puedo parir un texto, un verso vivificante (que no vivo), más me vale dar la vida real para dar sentido a tantas horas...
Y es que me condiciona saber que estás al otro lado del mar y, aún así, lo remo, lo surco a nado, o caminando bajo los fondos si preciso fuese...
Me condiciona saber que estás al otro lado de la puerta y, aún así, la cruzo. Es entonces cuando todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo firman un armisticio imaginario y se alían con una única meta: intentar dejar de percibirte.
Ya no soy capaz de inventar historias imaginarias como las de antes, tan llenas de dobles sentidos, tan llenas de figuras, de metáforas, de iconos y de mensajes escondidos... Repaso mis antiguos escritos y siento pena de mí mismo. Pero supongo que es lo que tiene que pasar y, como tal, lo acepto; lo asumo. Ya no. Ahora ya no soy capaz de construir bonitos relatos a partir de un recuerdo vago que ni siquiera tenía que ver contigo. Me has asesinado sin apretar el cuchillo ni blandir la daga...
Caballero Bonald cuenta una historia sobre los marineros de la ensenada, de la desembocadura del Guadalquivir: “dicen los más viejos, como yo, que cuando un marino sobrevive a tres naufragios, entonces se convierte en inmortal, en eterno. Yo sobreviví ya a dos en mi juventud y en mi edad madura... ANSÍO QUE LLEGUE EL TERCERO...”. Caballero y yo somos uno, en un instante, por un segundo...
Yo le decía a ella que sentía pena por morir sin saber lo que era parir; aunque sepa que no me corresponde, aunque sea consciente de la atrocidad que digo. No. Yo no me conformo con CREAR vida solamente... yo quiero PORTAR, LLEVAR vida también; dentro de mi, conmigo. ¿Qué será entonces de la mía, pariendo únicamente letras inconexas y, cada vez más, tan llenas de podredumbre? Si no puedo parir un texto, un verso vivificante (que no vivo), más me vale dar la vida real para dar sentido a tantas horas...
Y es que me condiciona saber que estás al otro lado del mar y, aún así, lo remo, lo surco a nado, o caminando bajo los fondos si preciso fuese...
******************************************************************
De repente, nos encontramos solos en aquel bar mediocre, porque nuestro amigo común se ha marchado antes de tiempo y a nosotros nos queda por apurar buena parte de la bebida. Ella es una de las criaturas más hermosas de Andalucía (lo afirmo sin temor alguno a equivocarme o parecer exagerado), y su escote generoso, a pesar de su pecho de talla normal y nada turgente, invita a divagar por entre las palabras y el humo del tabaco barato. Pero, durante una hora aproximadamente, sostengo su mirada y sigo su conversación preguntando constantemente y mostrando un interés para nada fingido. Cuando nos dirigimos a pagar a la barra, ella (inteligente y avispada a la par que bella) me da un beso en la mejilla para despedirse y, haciéndome su cómplice (y haciéndome saber, de paso, que se había percatado de mi recato), me susurra:
- Eres todo un caballero...
- No... es que estoy enamorado. Pero gracias por notarlo...
- Espero que algún día me lo cuentes- sonríe con sus labios levemente pintados.
- Yo también... yo también.
Si al menos pudiera “parir” este dolor que me condiciona... sacarlo del vientre... Igual hasta volvía a escribir decentemente...
2 comentarios:
oye, qué es eso de humillarnos a los demás diciendo podría volver a escribir decentemente? ja ja ja, ¡no seas abusón, porfaplís! ja ja ja
Es verdad, podrías intentarlo al menos...vaya huevos tienes!!
Publicar un comentario