
De cuando todos nos necesitamos...
El mundo subacuático... ese gran desconocido...
Por todos es sabido que, paradójicamente, hoy día, conocemos más acerca de la configuración de la superficie lunar que sobre la vida que ocultan nuestros océanos. Explorar este universo azul (el “gran azul”) nos puede proporcionar, en tan sólo diez minutos, muchos más descubrimientos que la observación minuciosa del paraje más rico sobre la tierra (seca) en diez horas...
Y sin embargo, y en el marco de ese descomunal desconocimiento, ya sabemos también que en él se dan más casos de relaciones simbióticas que en cualquier otro tipo de ecosistema.
Como la del “ermitaño”. Todos sabemos que este tipo de crustáceos, ante la ausencia de una concha propia, se vale de los restos de otros “cadáveres” calcáreos para protegerse y resguardarse (en lo que constituye uno de los ejemplos más importantes de REUTILIZACIÓN en el mundo natural, que no de reciclaje...).
Una vez que el cuerpo del cangrejo ha crecido lo suficiente y su hogar empieza a sufrir las estrecheces lógicas y subsiguientes, tan sólo basta con cambiar de “techo”. A veces, hasta una lata oxidada o un trozo de botella sirven a tan noble fin...
Mas, a veces, el ermitaño encuentra a una amiga: la anémona. Este animal pegajoso y urticante se adhiere al caparazón artificial del “pinzudo”. Ella ayuda a espantar a posibles depredadores y, a cambio, recibe los restos que se esparcen fruto de la desordenada y glotona forma de comer de aquel.
Pero... ¿qué ocurre cuando el ermitaño se ve obligado a cambiar de “remolque”? Su amiga quedará fijada en el antiguo y romperán su noviazgo de conveniencia...
Afortunadamente, siglos de historia natural han ayudado a paliar esta ruptura forzosa... Una vez que el cangrejo ha abandonado su antigua y ya pequeña concha, coloca la nueva de mayor tamaño justo al lado y, durante unos minutos, se expone desnudo sobre la arena de los fondos. Rápidamente y sin pausa, se abraza a la anémona y, mediante un sutil juego de toques (casi caricias) con la punta de sus pinzas, en un código sólo entendible por las dos especies, anima a su compañera a despegarse de la vieja guarida para, inmediatamente y sin separarse de ella, conducirla hasta la cima del nuevo hogar y volver a animarla a que se fije.
Cuando esta danza concluye, el ermitaño vuelve a introducirse en su nueva casa, con la seguridad de llevar a lomos de la misma a su fiel compañera. Y la vida prosigue...
No se si me han captado el paralelismo.
Lo que sí queda claro es que YO SÍ VEO (pero de verdad) LOS DOCUMENTALES DE LA 2...
1 comentario:
::: muy interesante, Mr. Attenborough
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