Pausa para dos cigarrillos...

Son sus piernas. Bueno, ERAN sus piernas. Eso, seguro.

Llevo dándole vueltas durante los últimos 76 kilómetros y creo que la decisión de mis neuronas se puede considerar unánime y vinculante y, además, cierra el expediente: eran sus piernas. Sí.

¿Y qué si no?

Posiblemente su uniforme de cajera era el peor concebido, diseñado, cortado y cosido de la Historia Moderna. Tenía yo que haber actuado al respecto, lo sé, haciendo uso del cochambroso “Buzón de Sugerencias” de cartón de la entrada. Sí, lo sé. Pero en el fondo soy un inmovilista; y eso ya poco remedio tiene.
Posiblemente, decía, su vestimenta no pasaría a formar parte de las páginas de ningún libro de estilo. Pero eran sus piernas las que la dignificaban, las que encumbraban a aquella maldita falda sin raja a las cumbres de lo proletariamente sensual.

“¡Que no, coño, que no me voy...!”. Joder, es que ya no se puede ni estar tranquilo en el parking de un Euromarket sentado en el coche, con la puerta abierta, fumando un puñetero cigarrillo para hacer tiempo...