lunes, 10 de diciembre de 2007


De pituitaria...

Supongo que fue como la primera vez que hice un “playback” en un plató de televisión, y procuraba por todos los medios hacer que se viera el cable del bajo, aunque luego moría en el bolsillo trasero de mi vaquero, simulando un emisor inalámbrico que maldita la hora podría haberme pagado de mi bolsillo. Y al final, fue tal la desinhibición y la carcajada de uno mismo y del resto de los chicos (sobre todo de A, el baterista, que trataba de ocultarse tras el “ride”), que siempre recordaré aquella noche como el triunfo de la autocrítica y el sentido del humor frente a los prejuicios y lo preestablecido.

Sí, supongo que fue algo así.

Y es que yo no soy precisamente un dechado de virtudes –y eso lo sabe muy bien el que me conoce- pero si de algo he podido y puedo jactarme es de mi pulcritud, de mi higiene y del cuidado que, sin fanatismos, profeso a mi cuerpo “de fuera”. Y lo mismo exigía a quien pretendiera compartir esa intimidad conmigo, hasta el punto de que, a alguna de mis amantes ocasionales, las llegué a “obligar” (mejor dicho, persuadir muy convincentemente) de que tomaran una ducha antes de ocupar mi cama; algo que no siempre fue demasiado bien acogido o, cuando menos, entendido...

Pero ella fue la excepción que, inevitablemente, confirma la regla...

Tras haber compartido alcoba y algo más con algunas de las mujeres más devotas del “Lauryl sulphate” que puedan encontrarse (admítanlo... muchos de ustedes también han leído las etiquetas de los productos de cosmética, y ya conocen este ingrediente imprescindible y universal...); mujeres que habían perdido toda su esencia natural y que habían condenado a sus feromonas a un destierro involuntario. Tras esto digo, ya nunca podría olvidar aquella revolución para los sentidos...

“Si me quieres, querrás también lo que emano desde dentro, de forma natural. Y hoy, tú o cualquier otro aceptará esa prerrogativa o dormirá solo; y tal vez frustrado...”

El guante ya estaba lanzado. Y tenía que ser yo, por supuesto, así que sumergí mi nariz en su nuca y volví a nacer por cuarta o quinta vez en mi vida. Ella olía a todo lo que yo nunca seré, por mucho que mi existencia se alargue. A fruta silvestre, ácida... a tierra húmeda después de una lluvia limpia, pura... Su pecho, tan pequeño, albergaba la fragancia de lo inabarcable. Conforme me adentraba en las proximidades de su monte y su ingle, sentí como yo ya no estaba en esa cama, en esa habitación, en esa ciudad, tan lejos de la mía y, al tiempo, tan cerca de todo lo que por tanto tiempo pude estar buscando...

Memoria “muscular” (ver post)... memoria “olfativa”... demasiados recuerdos almacenados, y cogiendo polvo...

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