jueves, 11 de octubre de 2007


Del ayuno copioso...

Tú no puedes ni imaginarte cuánto sería yo capaz de dar por poder volver atrás en el tiempo hasta aquel mismo y exacto mediodía, cuando tanto nos costó convencerte para que te subieras en la parte de atrás del coche y nos acompañaras durante unas horas.
Tocaba tu brazo, apoyado en el retrovisor. Quizás con demasiada ternura, quizás con demasiada suavidad, dejando que fueran mis dedos quienes hablaran en mi nombre. Mi compañero esbozó una sonrisa maliciosa al mismo tiempo que me clavaba las pupilas por encima del armazón de plástico de sus gafas de cristales gruesos...

Todo es más agradable al paladar, al tacto e incluso a la vista cuanto eres tú la que se sienta delante. Yo no debería haber probado nada de aquel plato, pero a ti te gustaba tanto que pensé que ningún mal podría hacerme compartir contigo la mesa. Ellos estaban al lado, viejos amigos, como en otra nebulosa de la realidad. Las normas del buen interlocutor nos obligaban a ladear un poco la cabeza de cuando en cuando, a asentir periódicamente o hasta a articular algunas palabras de dudosa continuidad con respecto a lo ya oído (pero no escuchado) antes. Otra vez la mirada cómplice de él, seguida de la tuya, tímida, baja y avergonzada...

Te miro, y veo todo el camino recorrido hasta llegar al punto exacto donde me encuentro. Lo veía en tus ojos de color de almendra, y en la pequeña arruga de tu párpado izquierdo; y en tu cicatriz. Y llegaba, fatídica, la hora del postre, que no era más que la antesala de una sobremesa demasiado corta (porque la “obligación” nos llamaba a los cuatro) y de una cuenta que vaciaba un poco más mis bolsillos a cambio de hacerme el acreedor de la mayor fortuna: la del recuerdo de aquel almuerzo; del cual, que me maten si recuerdo qué comimos, qué bebimos, qué fumamos... Yo sólo conservo las señales del camino, atrincheradas en un resquicio de la memoria.

No tenías por qué haberte dado tanta prisa por devolverme tu parte de la cuenta... Ya había quedado suficientemente claro (y silenciado) lo que éramos tú y yo...

No hay comentarios: