De cuando el barrio unía...
Recuerdo cuando estabas haciendo una reforma en tu casa, y te faltaban unos sacos de yeso para poder terminar, y no tenías dinero ni para comprarlos. Ni nosotros, por supuesto...
“El pelos” (así es como le llama mi madre) había localizado una obra sin vigilancia en el pueblo de al lado. Cerca de la carretera, había palets de cemento, yeso y escayola. Aquella misma noche, ya casi de madrugada, toda la “trupe” se montaba en tu destartalado coche para llenar el maletero...
“El calvo” (Dios, qué habrá sido de él...) se apostaba, vigilando, unos metros carretera arriba; la orden era dar un toque al móvil si alguien se acercaba en coche. Ya pasaríamos a recogerle cuando la mercancía estuviera a buen recaudo. Llegamos al punto señalado y ¡horror!, un bareto todavía daba cobijo a los borrachines de entre semana, a pesar de la hora. Había movimiento y demasiada luz, pero teníamos que jugárnosla, o no terminarías nunca la reforma que tanta falta te estaba haciendo. Al fin y al cabo te lo debíamos, tú que siempre habías estado junto a nosotros en las peores y en las malísimas...
Con el mayor de los descaros, nos dirigimos hacia el palet, abrimos el maletero, corrimos la valla metálica y formamos una cadena hasta llenar ya no sólo el maletero, sino todo el vehículo. Con las pulsaciones a dos mil por minuto, recogemos al pelón y aceleramos hasta la salida del pueblo. Yo me tengo que sentar sobre uno de los sacos, y las rodillas me llegan, aún así, casi a la altura de los hombros, al apoyar mis pies sobre otros sacos que también hemos colocado en el suelo. Pienso que si la Guardia Civil nos para en el camino de vuelta no vamos a saber cómo explicarlo, pero las carcajadas de mis compinches me hacen despreocuparme. Me ha parecido ver a alguien en una ventana, observando nuestra rápida maniobra, pero no lo comento.
Conducías con una sonrisa en tu cara, con tu gorro de lana calado hasta la mitad de las orejas. Supongo que acababas de confirmar (porque ya lo sabías) que siempre íbamos a estar ahí para lo que hiciera falta.
Cuando llegamos a Greeblech, cada mochuelo a su olivo. Ya disfrutaríamos de unas cervezas en tu piso más adelante, cuando todo estuviera en calma...
Ahora, mi plan maquiavélico y psicótico para destruir la sociedad “civilizada” occidental está casi concluido. Espero que tú me ayudes pronto a culminar mi obra, tal y como yo te ayudé a acabar la tuya, HERMANO...
PD: Doy gracias, cada día, cada noche, por venir de donde vengo...
Recuerdo cuando estabas haciendo una reforma en tu casa, y te faltaban unos sacos de yeso para poder terminar, y no tenías dinero ni para comprarlos. Ni nosotros, por supuesto...
“El pelos” (así es como le llama mi madre) había localizado una obra sin vigilancia en el pueblo de al lado. Cerca de la carretera, había palets de cemento, yeso y escayola. Aquella misma noche, ya casi de madrugada, toda la “trupe” se montaba en tu destartalado coche para llenar el maletero...
“El calvo” (Dios, qué habrá sido de él...) se apostaba, vigilando, unos metros carretera arriba; la orden era dar un toque al móvil si alguien se acercaba en coche. Ya pasaríamos a recogerle cuando la mercancía estuviera a buen recaudo. Llegamos al punto señalado y ¡horror!, un bareto todavía daba cobijo a los borrachines de entre semana, a pesar de la hora. Había movimiento y demasiada luz, pero teníamos que jugárnosla, o no terminarías nunca la reforma que tanta falta te estaba haciendo. Al fin y al cabo te lo debíamos, tú que siempre habías estado junto a nosotros en las peores y en las malísimas...
Con el mayor de los descaros, nos dirigimos hacia el palet, abrimos el maletero, corrimos la valla metálica y formamos una cadena hasta llenar ya no sólo el maletero, sino todo el vehículo. Con las pulsaciones a dos mil por minuto, recogemos al pelón y aceleramos hasta la salida del pueblo. Yo me tengo que sentar sobre uno de los sacos, y las rodillas me llegan, aún así, casi a la altura de los hombros, al apoyar mis pies sobre otros sacos que también hemos colocado en el suelo. Pienso que si la Guardia Civil nos para en el camino de vuelta no vamos a saber cómo explicarlo, pero las carcajadas de mis compinches me hacen despreocuparme. Me ha parecido ver a alguien en una ventana, observando nuestra rápida maniobra, pero no lo comento.
Conducías con una sonrisa en tu cara, con tu gorro de lana calado hasta la mitad de las orejas. Supongo que acababas de confirmar (porque ya lo sabías) que siempre íbamos a estar ahí para lo que hiciera falta.
Cuando llegamos a Greeblech, cada mochuelo a su olivo. Ya disfrutaríamos de unas cervezas en tu piso más adelante, cuando todo estuviera en calma...
Ahora, mi plan maquiavélico y psicótico para destruir la sociedad “civilizada” occidental está casi concluido. Espero que tú me ayudes pronto a culminar mi obra, tal y como yo te ayudé a acabar la tuya, HERMANO...
PD: Doy gracias, cada día, cada noche, por venir de donde vengo...
1 comentario:
::: eso me recuerda una vez que a mi padre le hacian falta conos naranjas de esos que monta la guardia cerril de trafico, asi que ni cortos ni perezosos entre tres colegas, uno conduciendo y otro sujetandome los pies para no caerme por la ventanilla de la que llevaba medio cuerpo fuera, fuimos 'pescando' conos hasta que dimos con uno que estaba clavao, literalmente, al suelo ... el siguiente que se clavo fui obviously, yo...
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