“I drove all night... to get to you...”
Estacioné mi coche en la entrada de la Urbanización, plegué los espejos retrovisores exteriores y pulsé el botón del mando que activaba la alarma. Caminé hasta mi casa y, después de entrar, cerré por dentro con dos vueltas de llave.
Ya no volvería a arrancar mi vehículo en días. Semanas.
Echo de menos la sensación de conducir a los mandos de un volante, escuchando por los altavoces las canciones que siempre suenan mejor en ese habitáculo rodante, con la ventanilla semibajada y las gafas de sol graduadas siempre puestas; frío o calor, sol o nubes, lluvia de agua o de sol; sólo, pero en busca de la compañía que bien podría ser la definitiva; la indudable. Mejor acompañado. De ella.
Primera, segunda, tercera... cuarta, quinta. Sin versos sobre el papel pero imbuido de pensamiento poético. El cigarrillo prendido con el gesto ya automatizado que evita arrancar la mirada de la senda de asfalto maquillado de marcas viales.
La perfecta armonía, la coordinación casi coreográfica entre brazos, piernas y ojos miopes llenos de ojeras y de una cortina de gasa tejida con sal y polvo. La danza milenaria que precederá, sin duda, a la zancada torpe y el bochorno terrenal.
Nunca te dan malas noticias mientras conduces... Nunca.
(Foto: Terrassa, marzo 2007)
Estacioné mi coche en la entrada de la Urbanización, plegué los espejos retrovisores exteriores y pulsé el botón del mando que activaba la alarma. Caminé hasta mi casa y, después de entrar, cerré por dentro con dos vueltas de llave.
Ya no volvería a arrancar mi vehículo en días. Semanas.
Echo de menos la sensación de conducir a los mandos de un volante, escuchando por los altavoces las canciones que siempre suenan mejor en ese habitáculo rodante, con la ventanilla semibajada y las gafas de sol graduadas siempre puestas; frío o calor, sol o nubes, lluvia de agua o de sol; sólo, pero en busca de la compañía que bien podría ser la definitiva; la indudable. Mejor acompañado. De ella.
Primera, segunda, tercera... cuarta, quinta. Sin versos sobre el papel pero imbuido de pensamiento poético. El cigarrillo prendido con el gesto ya automatizado que evita arrancar la mirada de la senda de asfalto maquillado de marcas viales.
La perfecta armonía, la coordinación casi coreográfica entre brazos, piernas y ojos miopes llenos de ojeras y de una cortina de gasa tejida con sal y polvo. La danza milenaria que precederá, sin duda, a la zancada torpe y el bochorno terrenal.
Nunca te dan malas noticias mientras conduces... Nunca.
(Foto: Terrassa, marzo 2007)
1 comentario:
No sé conducir, así que me quedo igual con lo de la coreografía.
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