LA “MOÑA”
I
Si te busco en la blancura de
las cumbres
a ti, inmaculada y tan semejante al rescoldo
que prende mi ansia…
¿por qué no he de encontrarte?
Cuando me regalas, casi siempre al final de
la tormenta,
tu pelo enmarañado, cimbreante, lleno de escarchas…
(como páginas numeradas
con una cadencia imperfecta)
¿por qué no ha de quedarse el ramillete prendido?
Ya hemos fondeado este mar de interrogantes
con remos, y una suerte de brazadas prodigiosas:
no aparecieron los cuerpos, ni el testimonio solemne,
ni la huella incorrompible de una sola enunciativa.
Acaso nadie te izó, ni te quiso dar impulso,
y bien pudiera ser que no se sintieran tus pasos,
que no se supieran (acaso) testigos de tus desmanes
los dolientes que te exploran las noches y lunas impares.
II
Ven. Sin miedo; libre de ambages.
Ven envuelta y enarbolándote tú, con la rabia
en las comisuras y las yemas ajadas.
Ven con el alma entornada y sin pestillos, ni alambres.
Y vete, dejando un día pleno, un día fértil, tejiendo
un sendero de chasquidos que luego no te desandes…
III
Si te encuentro entre el cansancio de
las ramas
a ti, también cansada de la criba y del resuello
tan siempre, tan ajeno…
¿por qué no han (nunca) ellos (y tú) de buscarme?
(… y del cajón pasó al blog…)