martes, 17 de noviembre de 2009

Placebos…

Lars vivía acomplejado por el ridículo tamaño de su pene.

Por ello o a pesar de ello se hizo instalar, en cierta época, una de esas “huchas-recompensa” con forma de máquina expendedora de bolitas de chicle, las cuales eran entregadas al paciente ahorrador cada vez que giraba el mecanismo previamente armado con una moneda de valor determinado.

El momento de penetrante e indescriptible placer que desencadenaba en su hipotálamo el hecho de sentirse un ahorrador constante y empecinado, unido al sabor afrutado e intenso de la cuasi-minúscula goma de mascar esférica eran capaces de alegrarle y arreglarle el día más desafortunado (casi siempre cuando éste tocaba a su fin…).

La cuestión de la insoportable halitosis congénita requirió de un esfuerzo aún mayor (si cabe).