lunes, 15 de junio de 2009


“Uno escribe poesía… para morirse de otra manera…” (El camino de los ingleses, Antonio Banderas).

A veces, muchas en realidad, las personas que escribimos (mejor o peor) sentimos o “padecemos” el “peso de los grandes”. ¿Cómo expresar algo si ya alguien lo ha hecho de forma tan soberbia, tan magnífica?...

Si alguien me hubiera dicho, cuando instalé ese contador que aparece en la barra derecha, que iba a alcanzar tan pronto las 20.000 visitas, le hubiera tomado por un ridículo y un ingenuo. Teniendo en cuenta que no soy ningún fanático (si acaso, cuasi-detractor) de las redes sociales, del chat o de las ciber-relaciones (amistosas o sentimentales). Habida cuenta de un “talento” que no lo es tal y que, en todo caso, es el fruto de horas y horas de lecturas, relecturas y enmiendas… Pero ahí están, y yo soy el primer sorprendido. Por ello, para ¿celebrar? tan ilustre acontecimiento, quiero transcribir un ENORME poema de mi paisano (malagueño) JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS, en el que él sí que sabe plasmar lo que significa este humilde “oficio” de compilar versos (a mi también humilde entender, por supuesto).

No voy a dar las gracias a los que os asomáis de cuando en cuando por esta casa virtual. Y no porque sea un desagradecido… sino porque creo que se sobreentienden desde punto y hora en que un nuevo post se añade a su “decoración”, con irregular frecuencia.

ME DICEN QUE OS DIGA (J. A. Muñoz Rojas)

I Tu oficio, poeta

Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien mirase, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
“a mí me pasó algo semejante”.
Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que
divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por la cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.
Tu oficio, poeta, es contemplar,
que todo se escriba dentro; luego,
quizá leer allí mismo, quizá decir a los otros
lo que allí mismo, escrito, tú lees.

II Me dicen que os diga…


Soy un poeta que tiene
la voz temblorosa, y no sabe
qué clase de luz se le viene a las manos,
y cómo disponerla, y decirles
a los demás la clase de luz
que se le viene de pronto, sin saberlo, a las manos.

No sabría deciros, si alguien
no estuviera por dentro diciendo:
“Di ahora: La luz tenía esta forma,
y una vez comenzado sigue siempre.”

No sé muy bien qué luz sea ésta;
no sabría deciros de la voz.
Soy un poeta a quien se le dice.
Escucho. Os hablo. Acaso me entendáis.

De esto que digo apenas sé la forma.
Siento una resonancia, pego el oído.
Se viene la palabra como un agua.
“Diles esto. No digas otra cosa”

No es triste ni alegre. No es triste
ni alegre un poco de ceniza.
Es un poco de ceniza. Si lo vemos,
decimos: Es sólo un poco de ceniza.

Claro que no os digo lo que tengo pensado,
porque tampoco lo sé muy bien. Me dicen
que os diga. Nunca dicen:
“Diles algo que entiendan”. Simplemente:
“Diles”, y a veces solamente
es como un poco de ceniza.

Como una chispa de luz que la ceniza
lleva olvidada, y otras veces
es un derramarse de algo como la tristeza
o la alegría.
No me hagáis responsable.
Más vale que paséis sin parar.
Uno es un poeta que ve de pronto una rendija
abierta a una luz indudable.