miércoles, 24 de junio de 2009


Después de llevarte dentro, más adentro, hasta el punto que duele por lo que no va a venir…

Una señora que se diría parece prima de Ana Rosa Quintana (aunque su atractivo físico supera con creces al de la presentadora) toca una pieza de violín en la televisión pública (horario de misérrima audiencia, claro), y me produce una gran tristeza… No por la pieza que toca (sublime por otro lado), sino porque queda patente que nadie le ha dicho a esta mujer que, a pesar de que su técnica y su ejecución parecen muy correctas, el instrumento no está ajustado correctamente (ni sonorizado correctamente), y yo me pregunto si ella lo sabe, y me contesto que probablemente no, porque es un corte grabado, y se habría dado cuenta, y hubiera parado el “espectáculo” a tiempo, y entonces no queda más remedio que colegir que la violinista piensa que está haciendo un trabajo excepcional, y se la ve entregada, atrapada maravillosamente en la maraña de compases y notas… y hay un chico que está sufriendo (en cierto modo), por otro lado, porque no puede gritarle que pare, que lo arregle, que no se merece lo que le está pasando… que lo que ella ve y lo que ve ella no son lo mismo…

Y es por eso, ¿por qué si no?... Porque cuando tocó pasar por algo parecido, algunos lo aguantamos a base de repetirnos que “ella quería que fuésemos mejores personas, y por eso la queríamos, y por eso en la distancia lo que abrazábamos eran las sábanas, o la otra almohada, y la olíamos con los pliegues cerebrales y no con las fosas…”. Y es más de lo mismo, y la eterna pregunta de si lo que ahora ella ve (cree ver) es realmente lo que ve ella… Y otra vez el asfalto, ¿otra vez? Por qué no…

La pieza acaba (algunos no hemos podido ni querido ver la expresión de la cara… ¿alivio o satisfacción?), y vienen las noticias, el “parte”, como decían los más ancianos. Y, al igual que ellos, no puedo elegirlas. Aunque, bien pensado, da igual… ninguna va a hablar ni de ella, ni de mí. Ni de los dos.

(Ahí los llevas, y son tres…).