jueves, 29 de enero de 2009


Soñé contigo, sirena (en medio de toda esta ira, de todo este dolor...)

Desde cada uno de los poros de la piel de la palma de sus manos, cuando rodeaba con ellas mis mejillas, venía a nacer un manto más oscuro que el de la propia noche que nos aguardaba fuera. Con él, era capaz de cubrirnos a todos: a mí; y a ese otro “mí”, y a esos otros “yoes” dispersos que aún cantan serenatas, noches pares de semana, bajo balcones cerrados a cal y canto. También sus uñas, sus perfectas y cristalinas uñas eran capaces de penetrar sin infligir daño aparente, para cortar y cercenar hilos de títere, sedales y palangres tendenciosos y malintencionados.
Así, acurrucado en su regazo, a salvo y resguardado, bajo el anestesiante efecto de la saliva con su “bouquet” especial... apartaba su pelo, su perfumada y limpia maraña maternal de seda, y podía soñar al fin. Soñar con sus caderas y su camisa blanca ocultando su grácil pecho mientras, en un risueño juego, cada botón iba cayendo preso y humillado en el campo de batalla (y el foso se iba antojando cada vez menos inexpugnable). Soñar con una sonrisa zancadilleando a un jadeo y haciendo trampas con un beso a destiempo y pactando con unos incisivos que terminarían haciendo pintadas en mis brazos (y sangre en la sangre acumulada en los rincones más insospechados).

Así, la mañana termina llegando. Y la claridad maliciosa. Y la vigilia a la que estamos condenados. Así la lágrima insurrecta entre la compostura forzada (y forzosa), y la sonrisa superpuesta de “los buenos modales”.

PD: Me sabrás perdonar la ñoñería por esta vez...