viernes, 16 de enero de 2009

No, es imposible…

Reencontrarte seis años después con la musa que llegó tras de “la escapada” es una experiencia que no le deseo a nadie y que, sin embargo, mataría por vivir una y otra vez en una suerte de bucle que se prolongaría hasta la saciedad y hasta que todos dijeran “¡basta!... queremos salir ya de esta celda, de esta jaula…”.

Lo curioso es que ella estaba de espaldas y que yo hacía casi tres años que no había vuelto por allí, por su antiguo lugar de trabajo. Esa casualidad (no creo en destinos ni en jugarretas del orden cósmico), de la casi-mano de mi padre, hizo que entráramos al bar a comprar cigarrillos y a tomar un café antes del trabajo. Iban a ser sólo diez minutos, y lo fueron. De espaldas, y la misma manera de andar, el mismo cabello… “No, es imposible…”. Y la seguí, aún cuando ella entraba en un lugar del establecimiento vetado para los clientes.

“¿Gabriela?” (nunca se me habían aflojado tanto las cuerdas vocales…).
“Dale, si sos vos… no me lo puedo creer… tanto, tanto tiempo… vení, dame un beso…”.

“La noche y allegados” es el poemario que la cuenta, que la narra, que la inmortaliza en casi el 90% de sus versos; el que casi nunca he vuelto a releer, porque luego llegó “Vida y Obra de un Púgil sin Contrincante”, y ya no era cuestión de reabrir más las heridas. Era cuando yo buscaba cualquier excusa para sentarme en alguno de los taburetes, huyendo de los jefes y los encargados (realmente fácil cuando sólo tenías que cruzar una calle para ello…); cuando los garabatos con el boli “Bic” se confundían con las facturas y con los albaranes de carga y luego acababan en el bolsillo izquierdo trasero o en la caja de zapatos secreta, fuera de las miradas indiscretas de “la otra”… (jamás lo hubiera entendido, jamás… aunque mal, yo la quería a “ella”, pero ya no podía ser mi musa… besaba demasiado de verdad; y las musas no besan, no tocan, no gritan ni lloran. No, no lo hubiera entendido).

“Pero... ¿cuándo volviste?”
“Hace casi ocho meses, loco… bueno, las cosas no se dieron bien allá… pero ya te contaré, tenemos tanto de qué hablar… vos también me tenés que poner al día, ah, de seguro que ahora ya volvemos a vernos más, ¿no?...”.


Y sigue estando tan “loca”… Y sigue teniendo tanta vida en los ojos… sigue siendo tan “esha”… que no me ha quedado otra que releer, muy a mi pesar, la crónica de cómo empezó (aunque yo aún no lo sabía), mi descenso a los sótanos de la dignidad; ese maldito sótano que cada día intento abandonar (cada uno encuentra sus motivaciones donde puede, no donde quiere…).



LENTO CAMINAR EL QUE MANEJAS

Te espero con los brazos abiertos
junto a la cárcel sin puertas
donde entraré una vez cumplidos
los encargos que me enviaste.

Allá, en mi celda de celulosa,
les venderé a todos mis recetas
a un precio tan humillante
que nadie podrá resistirse.

Lento caminar el que manejas.
Furibundo palpitar
que se asemeja al crepitar
de la hojarasca en la calzada.

Te espero junto a las madejas
apiladas en el armario
donde la abuela ocultaba el salario,
y los llantos, y las quejas.

Cansino amanecer el que me ofreces.
Rotunda puesta de sol.
Cigarro, poema, tazón
en el que viertes los hilos.

Te espero junto a los hijos
que se me caen de los bolsillos.
Los que amamantas, los que no meces,
los que han de esperar al eclipse.


A Gabi.
Marzo 2003.



(Cuadro: “Día de San Valentín”, de Adrián Infante).