domingo, 7 de diciembre de 2008


INSOMNIS II (Fragmento de una carta jamás enviada…)

Tal vez releyendo a Gil de Biedma (“Compañeros de viaje”, su primera publicación). O tal vez frustrándome con algunas traducciones torpes de Dylan Thomas… Es difícil precisar cómo, a través de qué atajo, pero he terminado llegando a ti como casi siempre.


(“Las señoritas siempre caen rendidas a los pies de los guerreros”… ahora no sé dónde he leído eso -porque lo he leído; probablemente en un subtítulo de un filme inglés. Apostaría a que sí- pero lo leí, estoy seguro. Y me sonreí, porque sin duda esa sentencia sólo puede venir de los labios, de la mente o de la mano de un poeta. Y sin duda, si un “guerrero” hubiera de sentenciar, pensar o escribir algo similar, por supuesto hubiera sido: “Las señoritas siempre caen rendidas ante los versos de un poeta”. Por eso, evidentemente, me sonreí. Tal vez, también, al pensar en lo absurdo de enfrentar al guerrero y al poeta. En lo cómico y lo circense, por otro lado).

Es raro no llegar a ti y pensarte entonces aquí, viviendo conmigo, bajo mi mismo techo. Pensar en tu olor llenando todos los rincones y todas las pequeñas grietas de la pared que linda con el jardín. Pensarte en el sillón mientras lees la prensa, descalza, y haces como que te muerdes las uñas, por puro divertimento, por escuchar mis reproches de padrecito inquisidor y luego burlarte sacando la lengua. Saberte en la habitación contigua, sabiendo que sólo una pared delgadísima separa nuestras cabezas, y sabedor de que los sueños, los tuyos y los míos (tal vez no tan distintos), se mezclan, atravesando ese tabique maldito, y engendrando pequeñas imágenes que conservaremos vívidas y cambiaremos como cromos en el café de la mañana (para mí dos, cargados y apenas manchados, ya lo sabes), parloteando con las pestañas aún quebradizas y la cara hinchada; y henchida.

(De “Las personas del verbo” aprendo muchas cosas, pero comparto contigo dos, porque más de dos serían multitud también en nuestros escarceos poéticos que, por cierto, cada vez se prodigan menos: una es que, como él mismo dijo –y se corrobora- Jaime se equivocó porque “creyó que quería ser poeta, cuando en realidad lo que siempre deseó fue ser POEMA”. Y la otra es que don Juan Ramón Jiménez –lejos, por supuesto, de entrar a valorar ni un solo verso suyo, jamás osaría…- se quedó a gusto cuando soltó aquello de que “un poema no se re-lee o se re-escribe… un poema se re-vive y/o se re-vivencia…”. Me perdonarás que te confiese que no es textual, cielo, pero ya conoces mi querencia por las comillas).

¿Te has fijado en esa sensación de desastre, de cataclismo, de desasosiego soterrado cuando te cambias un anillo de dedo… cuando le haces abrazar otra piel que no ha sido curtida y hasta desgastada por su millar de microscópicas “células” de metal?
Tal vez nada tan similar (en este cíclico y absurdo vaivén que son los días iguales a todos) a la pequeña derrota de cada noche, cuando se cierra la puerta y te alejas (pero me abrazas antes) y no vuelves la vista (pero me besas como a un hermano de armas)…