viernes, 7 de noviembre de 2008


Uno caótico (y un homenaje)…

Como fuera que yo pertenezco al club de aquellos que pueden afirmar (sin temor a equivocarse y a las represalias) que mi primer amor no fue necesariamente mi primera novia “formal” (a la que por supuesto quise y, tal vez, a mi modo, siga queriendo un poco), aún recuerdo aquellos días del bachillerato antiguo en los que no sólo nació en mis vísceras la necesidad del verso o del beso torpe, sino también hasta una cierta revelación que se terminó concretando en una militancia izquierdista convencida y que tuvo, por qué no admitirlo, su génesis más pura en el convencimiento de que aquella niña bajita y resabiada (y guapa para mis ojos, todos ellos) jamás compartiría conmigo su saliva ni sus caricias torpes en la nuca. La niña del burgués, del empresario exitoso, jamás se codearía con el hijo del labriego, con ese estúpido y retraído insecto miope que ya garabateaba párrafos insulsos y extraños…

Por aquellos días del bachillerato honesto, de los primeros rasurados y de la delgadez y el músculo adolescentes, yo soñaba que mis letras juntadas eran entonadas por las voces de aquellos cuya voz sí que tenía algo que decir, que sí sería recordada justa o injustamente. Y todavía puedo recordar con una claridad rayana cómo aquella noche reveladora, en el dorso de una hoja arrancada, y en la supuesta voz de aquel Paco Rabal (ya ajado y roto, pero tan sublime), hube de tatuar algo que, por supuesto, todavía permanece como una de las verdades-mentira que jamás he dejado de tener presente:

“Me basta con haberlo sentido…
Qué mas da que no estuvieras,
qué importa que no me vieras…
¡No necesito testigos!
Me basta con haberlo sentido…”


Y es que tal vez el recuerdo, en muchas ocasiones, prevalezca sobre el triste presente. Y deba ser, acaso, mejor así. Porque es más puro. Porque tenía que ser así. Tal vez.

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Hoy recupero un archivo al que tengo extremo cariño y que creí haber perdido para siempre. Reaparece en un bendito “back-up” que, sabiamente, guardé en su momento (quién sabe si para que hoy, precisamente, pudiera compartirlo con todos vosotros…). Es del buen ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ, paisano, joven, que atesora una capacidad sanamente envidiable para esto del juntar letras, y hacer que se amen… Miguel tuvo a bien, en su día, hacérmelo llegar. Y con su publicación en este humilde rincón, rindo homenaje a ambos:

"Seré un viejo hermético, iracundo, desmesurado. Desde aquí contemplo mis últimos años: ciclópeo y sepulto en arrugas, con una barba tolstoiana y unos ojos inyectados, pero con una rara dulzura. Me veo en una cabaña aislada, viviendo mi sueño de eremita, conversando interminablemente con mis perros sarnosos y mis gatos, mis bichos amadísimos. En un estado de decrepitud lúcida, velando siempre – el insomnio es privilegio de los que no olvidan.
Escarbando, bajo la bendición de la luna, un pequeño huerto minucioso. Envuelto en pieles, desposeído de todo –incluso del desierto- mi presencia hosca intimidará al visitante improbable. Un recio cayado le disuadirá de toda curiosidad malsana. Sólo al amigo recibiré: le ofreceré asiento y cobijo, pan y queso, y le diré: entra y come, ¡cojones! Y después nos sentaremos a contemplar la evolución de los cielos nocturnos e invictos.
No medrará la palabra en mi boca; al alba despediré al amigo con un gruñido y continuaré mi ardua tarea empecinada. Será mía la felicidad indolente del que se ha salvado, del que ha renunciado al fruto amargo del acto.
Y un día acercaré mi silencio a ese otro silencio que se insinúa en los atardeceres, entre la hojarasca y las piedras desnudas. Y mi muerte no será muerte, sino el encuentro gozoso de dos silencios que se buscaban".