lunes, 23 de junio de 2008

Extracto de una carta a Noelia…

(…)

Una chica, en un piso del bloque de enfrente, abre la ventana de su habitación y la puerta (seguramente para crear corriente) y acomoda cuatro o cinco cojines para tumbarse en la cama y revisar unos folios subrayados. Viste en pijama de verano, y posee el atractivo propio de lo natural, de lo descuidado y desaliñado, a pesar de que no se le podría calificar como “guapa” (casi nadie salvo tú lo es).

No se ha percatado de mi presencia en la terraza, lo que me proporciona un “observatorio” de excepción, accidentalmente agazapado tras el tendedero de A, apoyado en la mesa en la que escribo.

Son ya las ocho y media de la tarde y el ambiente es más respirable, el aire ya no lacera la dermis, ni la vigilia, ni el ánimo…

Ora cruza las piernas (blancas como la leche) en alto; ora eleva una mano y acaricia involuntariamente una tela arabesca que cuelga de la pared, y mete los dedos entre los flecos, y yo me derrito (y no solo por el calor), sumido en la observancia de estos gestos. A veces gesticula con los brazos, y adivino que habla con los folios, creyéndose sola y sin tan siquiera intuir que yo asisto, entre bocanada de humo y trago de refresco, al espectáculo gratuito.

(…)

Bebo de mi vaso, mientras contabilizo un quinto cambio de postura de la estudiante pálida; el hielo se está derritiendo y le da a la cola un sabor extraño que intento camuflar encendiendo mi enésimo cigarrillo del día.

La sexta postura es involuntariamente sexual y provocativa. Los muslos han dejado abierta la compuerta; y también la de mi imaginación. Mi celibato aprende a autorregularse.

No puedo ver ahora el rostro de mi acompañante accidental, pero sí su mano derecha, que juega a ser un títere por encima del alfeizar de la ventana, y que cuenta, levantando el pulgar; el índice; el anular y el corazón a la vez… “Uno, dos… tres…”. Yo pongo, susurrando, la banda sonora y, no sé por qué, hago al instante una cuenta atrás… “Tres, dos, uno…”. ¿Y una cuenta para qué? ¿Qué hay al final de esa terrible espera, de esa demora cronometrada?

Es una casualidad hermosa y despiadada, pero, al acabar la enumeración, el cuerpo cae en horizontal sobre la cama, y el ejército diezmado de diez peones blancos de uñas impolutas y tobillera de cuero se alinea, y el campo de batalla se alisa y se hace meseta. La mano se relaja y se metamorfiza en mástil, colina, acompañada del brazo solidario, y se golpea rítmicamente contra la pared, y la tela azul y dorada sufre el castigo (probablemente) preguntándose el motivo.

Es cuando reparo en que es “la mano” y no otra cosa lo que persigo, lo que de algún modo necesito cuando ya el sol se oculta tras los edificios, aunque seguirá con nosotros, castigándonos, durante casi una hora más.

Y, a pesar de no ser la primera vez que siento deseos de besar a una desconocida, es la primera vez que siento el impulso de besar unos dedos…

Suerte, querida estudiante…

1 comentario:

Anónimo dijo...

salvo quien lo es?