martes, 12 de junio de 2007



De cuando todo volvió a repetirse (con matices)...

Cuando me paré en aquella estación de servicio y miré mi cara reflejada en el espejo del lavabo, enjuagándome las manos, lo vi todo claro... y la última esperanza que se alojaba en mi maltrecho cerebro (esa que dicen que nunca se pierde) se volatilizó.

No quise hacerle caso a esa visión, la del sueño de la noche anterior; la que lo vaticinaba todo. Pobre de mi...

El último tramo del trayecto fue especialmente duro. Paradójicamente, di con la salida de la autopista a la primera... precisamente en aquel viaje, el que a todas luces sería el último. El que, a la postre, fue el último. Presioné el botón de “repeat” cuando sonó la voz de Chris Cornell interpretando un tema de Soundgarden: “We can bleed together”. Me encanta martirizarme; con demasiada frecuencia. Creo que la escuché unas nueve veces seguidas.

Cuando los besos no son largos (como le gustan a Jordi), ni saben a saliva terapéutica, ni las manos se ciñen al talle ni te acarician el pelo. Cuando no puedes creer que realmente exista el suelo bajo tus pies y crees caer en un abismo del cual eres incapaz de intuir el fondo. Cuando todo eso ocurre en un minuto, todo va mal.

Lloro recordándolo, y lloro escribiéndolo. Supongo que eso debería significar algo...

Cuando me paré en aquella otra estación de servicio, a la vuelta, y miré mi cara reflejada en el espejo del lavabo, refrescándome la cara y las sienes, mojándome el pelo para seguir conduciendo sin tregua hasta llegar a mi cueva para refugiarme... ya no vi nada.

Porque, sin ella, yo suelo ser más bien poquita cosa la mayor parte del tiempo...

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