
Hace mucho tiempo, cuando aún estaba vivo, me dedicaba a contar hormigas.
A veces, posaba una mano en mitad del camino que las conducía hasta su hormiguero, interceptándolo, y algunas de ellas subían por mis dedos y llegaban hasta mi muñeca. Una vez allí, se detenían. Parecía como si me miraran fijamente y pudieran leer en mis ojos. Existía un “pacto” secreto que todos respetábamos por el cual nadie molestaba a nadie más de lo suficiente...
Un día, cuando me disponía a continuar con mi labor (vive Dios que aún hoy no sé por qué lo hice...), aplasté con la yema de mi dedo índice a dos de ellas.
No sentí placer al hacerlo. No sentí pena, ni remordimiento. No sentí nada.
El resto de hormigas se introdujo en su agujero; y ya nunca más salieron.
Fue, sin duda, la manifestación de la Ley del Talión elevada a su máxima potencia.
PD: Para ti, que diriges el rayo a través de la lupa para quemarme las antenas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario