Knocking on the bathroom’s door…
Joe le había dejado al chico el recado: Dise el señor Joe que resién salió p’al coffee de la asera de enfrente y que allí le espera, señor…
Juanito seguía con su mismo servilismo, con su mismo acento, con su misma repugnante indiferencia. Ni el tiempo transcurrido desde la última vez consiguió sacar de él una mínima mueca de alegría por el reencuentro.
Hacia allá se dirigió Emilio. Nervioso, frotando sus dedos dentro de los bolsillos. Dos años y medio sin ver a su “hermano”; todo por su culpa, por su aislamiento que tan poco, a fin de cuentas, le había reportado.
Sus 43 años recién cumplidos se plegaron sobre sí mismos y se enquistaron en su nuca. No hacía frío (era primavera, aunque en aquel Estado la temperatura no solía ser excesivamente alta) pero su gesto se asemejaba al de un explorador desorientado en plena tormenta ártica, trastabillando sobre sus raquetas…
Abrió la puerta de la cafetería y pronto localizó a Joe al final de la estancia, con la mirada perdida y removiendo un café aguado.
No vas a conseguir disolver la cuchara, creí que ya te habrías dado cuenta…
Maldito cabrón… casi tres años y es lo único que se te ocurre… anda, dame un abrazo…
Se prometió no hacerlo, pero no pudo reprimir una lágrima rodando por el pómulo, la cual no le impidió sin embargo mantener cierta compostura…
Lo siento, Joe… las cosas no han sido fáciles y…
Está bien, “Milito” – sólo a Joe le permitía esta confianza- está bien. No hemos venido aquí a montar un número.
Cierto…y tampoco a tomar un café a estas horas… ¿dónde está tu chico? ¿Por qué no me has esperado en el GYM directamente?
La camarera sirvió a Emilio una taza de café solo sin preguntar. Él lo agradeció internamente, porque sirvió para relajar un poco el ambiente. Mientras daba el primer sorbo, observó como la cara de Joe se trasmutaba… Parecía no encontrar respuesta a una pregunta tan simple.
Emilio… no hay ningún “chico”. Hace ya meses que ningún chaval se acerca para meterse en “el mundillo”, tú deberías saberlo. Me inventé esa excusa porque sabía que no te ibas a negar a verme, aunque sólo fuera para aliviar tu jodida conciencia conmigo. Además, se que te toca las pelotas ese tipo de situaciones, y así también te castigaba un poco en el camino hasta aquí, ja, ja...-una risotada… después de todo, sí que Joe conservaba algo de los viejos tiempos- No puedo más, Emilio. Ya basta de silencio. Tenía que decírtelo o la conciencia acabaría devorándome…
¿De qué estás hablando, Joe? Vengo aquí esperando una “moralina” por todo este tiempo y parece que vayas a entregarme el plano de un tesoro escondido o algo así…No te entiendo, Joe… explícate de una vez…
Joe se levantó de la mesa precipitadamente sujetando la parte baja de su vientre…
Tranquilo, viejo amigo… tenemos tiempo de sobra. Déjame que vaya al “tigre” un segundo. Llevo varios días meando rojo, creo que tengo una infección de orina o algo. Me alivio y continuamos hablando… ve pidiendo un “cake”, ya sabes, y lo que tú quieras…
Emilio prendió un cigarrillo para intentar calmar un nerviosismo ya incalmable… No conseguía atar los cabos, no podía explicarse la conducta de su compañero. Su nuca volvió a resentirse… Mecánicamente, intentó poner en orden todos los detalles de su sueño de la noche anterior para, llegado el caso, hacer de él una buena narración… Miraba hacia la calle, en la cual ya se hacían visibles las primeras luces de las farolas, y esbozó una sonrisa cuando volvió la imagen de los personajes hispanos de Barrio Sésamo… La camarera ya había traído la comanda.
Cinco minutos. Diez minutos. Quince minutos.
Casi pasaron inadvertidos para Emilio si no hubiera sido por el aporreo de la puerta del cuarto de baño propinada por otro cliente malhumorado que comenzaba a gritar muy malhumorado.
Un resorte activó las piernas de Emilio, que se precipitó sobre él.
¡Joe! ¡Joe, maldita sea! ¿Qué cojones pasa?
No hubo respuesta. Emilio dirigió una mirada desesperada al anónimo cliente que pareció entender la situación y le ayudó a derribar la puerta.
En el suelo, en un charco de sangre y con la cabeza apoyada en la taza del W.C. yacía Joe aparentemente inconsciente. (Aneurisma dictaminaría el forense varias horas después como causa principal).
Elizabeth, “Milito”, Elizabeth…perdónala, Emilio… fue todo lo que pudo articular con sus labios antes de que la mirada se le perdiera…
Joe le había dejado al chico el recado: Dise el señor Joe que resién salió p’al coffee de la asera de enfrente y que allí le espera, señor…
Juanito seguía con su mismo servilismo, con su mismo acento, con su misma repugnante indiferencia. Ni el tiempo transcurrido desde la última vez consiguió sacar de él una mínima mueca de alegría por el reencuentro.
Hacia allá se dirigió Emilio. Nervioso, frotando sus dedos dentro de los bolsillos. Dos años y medio sin ver a su “hermano”; todo por su culpa, por su aislamiento que tan poco, a fin de cuentas, le había reportado.
Sus 43 años recién cumplidos se plegaron sobre sí mismos y se enquistaron en su nuca. No hacía frío (era primavera, aunque en aquel Estado la temperatura no solía ser excesivamente alta) pero su gesto se asemejaba al de un explorador desorientado en plena tormenta ártica, trastabillando sobre sus raquetas…
Abrió la puerta de la cafetería y pronto localizó a Joe al final de la estancia, con la mirada perdida y removiendo un café aguado.
No vas a conseguir disolver la cuchara, creí que ya te habrías dado cuenta…
Maldito cabrón… casi tres años y es lo único que se te ocurre… anda, dame un abrazo…
Se prometió no hacerlo, pero no pudo reprimir una lágrima rodando por el pómulo, la cual no le impidió sin embargo mantener cierta compostura…
Lo siento, Joe… las cosas no han sido fáciles y…
Está bien, “Milito” – sólo a Joe le permitía esta confianza- está bien. No hemos venido aquí a montar un número.
Cierto…y tampoco a tomar un café a estas horas… ¿dónde está tu chico? ¿Por qué no me has esperado en el GYM directamente?
La camarera sirvió a Emilio una taza de café solo sin preguntar. Él lo agradeció internamente, porque sirvió para relajar un poco el ambiente. Mientras daba el primer sorbo, observó como la cara de Joe se trasmutaba… Parecía no encontrar respuesta a una pregunta tan simple.
Emilio… no hay ningún “chico”. Hace ya meses que ningún chaval se acerca para meterse en “el mundillo”, tú deberías saberlo. Me inventé esa excusa porque sabía que no te ibas a negar a verme, aunque sólo fuera para aliviar tu jodida conciencia conmigo. Además, se que te toca las pelotas ese tipo de situaciones, y así también te castigaba un poco en el camino hasta aquí, ja, ja...-una risotada… después de todo, sí que Joe conservaba algo de los viejos tiempos- No puedo más, Emilio. Ya basta de silencio. Tenía que decírtelo o la conciencia acabaría devorándome…
¿De qué estás hablando, Joe? Vengo aquí esperando una “moralina” por todo este tiempo y parece que vayas a entregarme el plano de un tesoro escondido o algo así…No te entiendo, Joe… explícate de una vez…
Joe se levantó de la mesa precipitadamente sujetando la parte baja de su vientre…
Tranquilo, viejo amigo… tenemos tiempo de sobra. Déjame que vaya al “tigre” un segundo. Llevo varios días meando rojo, creo que tengo una infección de orina o algo. Me alivio y continuamos hablando… ve pidiendo un “cake”, ya sabes, y lo que tú quieras…
Emilio prendió un cigarrillo para intentar calmar un nerviosismo ya incalmable… No conseguía atar los cabos, no podía explicarse la conducta de su compañero. Su nuca volvió a resentirse… Mecánicamente, intentó poner en orden todos los detalles de su sueño de la noche anterior para, llegado el caso, hacer de él una buena narración… Miraba hacia la calle, en la cual ya se hacían visibles las primeras luces de las farolas, y esbozó una sonrisa cuando volvió la imagen de los personajes hispanos de Barrio Sésamo… La camarera ya había traído la comanda.
Cinco minutos. Diez minutos. Quince minutos.
Casi pasaron inadvertidos para Emilio si no hubiera sido por el aporreo de la puerta del cuarto de baño propinada por otro cliente malhumorado que comenzaba a gritar muy malhumorado.
Un resorte activó las piernas de Emilio, que se precipitó sobre él.
¡Joe! ¡Joe, maldita sea! ¿Qué cojones pasa?
No hubo respuesta. Emilio dirigió una mirada desesperada al anónimo cliente que pareció entender la situación y le ayudó a derribar la puerta.
En el suelo, en un charco de sangre y con la cabeza apoyada en la taza del W.C. yacía Joe aparentemente inconsciente. (Aneurisma dictaminaría el forense varias horas después como causa principal).
Elizabeth, “Milito”, Elizabeth…perdónala, Emilio… fue todo lo que pudo articular con sus labios antes de que la mirada se le perdiera…
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