lunes, 16 de abril de 2007


Café con Joe…

Tras el aseo y una frugal comida, Emilio tomó el bus hacia el centro. Había quedado con Joe, su compañero de entrenos en el gimnasio en los buenos tiempos. Joe era un sparring magnífico y con mucha y más agradable conversación que un simple saco de arena colgado del techo.

En los comienzos, Joe y Emilio tuvieron la oportunidad de debutar casi al mismo tiempo, pero el primero hubo de dejar la competición a causa de una lesión en el hombro izquierdo que le impedía mantener una guardia decente a partir del segundo asalto. Emilio, sin embargo, ascendía de categorías y no quiso que su amigo y compañero (nunca rival) se apartara del mundillo, así que convenció al “apoderado” (término muy taurino que seguía empleando, quizás para no desertar de su origen latino) para que Joe le asistiera en el ring de prácticas. Así durante más de diez años.

Ahora Joe regentaba su propio gimnasio, y se afanaba por adaptarse a las nuevas técnicas. La progresiva introducción de nuevas disciplinas había ido postergando al boxing a un segundo o tercer plano, pero el ex púgil aún seguía entrenando a algunos muchachos varias tardes y noches a la semana. Precisamente ese era el motivo del encuentro: Joe le había pedido a Emilio que viera a uno de sus chicos disputar unos cuantos rounds aquella misma noche, para darle su opinión.

Emilio detestaba ese tipo de situaciones que no hacían más que devolver a su cabeza viejos y tristes episodios que solían culminar en ataques de nostalgia injustificada y conatos de rabia; pero no le sobraban amigos precisamente, y no podía decirle a Joe que no. Además, sentía la imperiosa necesidad de compartir con su viejo compañero el sueño de la noche anterior. También le echaba de menos… desde que ella se fue no se habían vuelto a ver. A decir verdad, Emilio había evitado el encuentro, sabedor de los previsibles reproches del viejo peso gallo… pero tenía que enfrentarse a ello de una vez.

En el bus, un niño disfrazado con un casero traje de gomaespuma que Emilio reconoció enseguida como “Maya, the Honeybee”, tal y como se conocía por aquel país a la abejita más famosa de la historia de los “cartoons”. Dirían que por el efecto que tantos golpes en la cabeza le habían causado, pero Emilio en aquel momento sufrió un “flashback” seguido de varias carcajadas y recordó a Espinete, el personaje castizo y español con el que tanto había disfrutado 20 años atrás frente a la pantalla del televisor junto a su sobrino Jaime. Y de repente, se imaginó en un combate legendario metido dentro del disfraz del erizo rosáceo; frente por frente, Joe disfrazado de Don Pimpón. Y mientras Chema el panadero hacía sonar la campana y los horchateros hacían caja entre el público, los dos amigos se desgañitaban de risa sudando dentro de sus peluches y lanzando patadas al aire y ganchos imposibles…

El niño, ante el ataque de risa de aquel hombre tan extraño y de mandíbula tan prominente, arrancó a llorar desconsoladamente, lo cual provocaba en Emilio más y más risa (y más histriónica todavía…). La madre de la criatura se llevó a ésta hacia otro asiento del autobús musitando algunas palabras que siempre terminaban con la entonación de un “fuck…” claramente audible.

Así durante tres paradas más, hasta que Emilio, secándose las lágrimas, llegó hasta el cruce de South Avenue con la séptima…

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