sábado, 21 de enero de 2012


De mí pa’ mí…

El viernes descubrí, casi por casualidad, que los mismos árboles de aguacate que ahora estamos recolectando los plantó mi propio abuelo en la misma finca, hace ya algunos años. Y eso me produjo un sentimiento de orgullo y de desasosiego al mismo tiempo. El motivo del orgullo era evidente: el campo ha estado presente en la historia de mi familia desde hace demasiadas generaciones… la agricultura es lo que mejor sabemos hacer y, además, con el tiempo, nos hemos especializado en muchas de las tareas que hoy dan de comer a tantísima gente. Era como si algo hubiera pasado “de generación en generación”; aunque sus efectos colaterales también lo hacen, y no me refiero sólo a los físicos (“…la espalda doblada de mis padres…” escribía Cris en uno de sus poemas). Sí, me lo han inculcado bien, me lo han enseñado bien. Es algo de lo que no rehuyo, es algo que no me asusta. A veces, muchas, es algo con lo que también disfruto.
Pero el motivo del desasosiego también se hacía palpable con crudeza: estoy casi seguro de que mi abuelo (que aún vive) preferiría que no fuera yo quien estuviera arrancándole los frutos a esos árboles para que el dueño del terreno obtuviera pingües beneficios mientras a mí me pagaba a seis euros por hora un esfuerzo que, si hemos de ser sinceros, debería estar valorado de otra forma… Las sílabas de la palabra “FRACASO” empiezan a sobrevolar tímidamente por encima de las ramas…

Recuerdo entonces la tertulia de la SER que, la mañana antes, y a la “hora del bollo” (diez y media de la mañana desde que las peonadas son peonadas en el mundo del agro), escuchaba acerca de las diferencias generacionales que alumbraban a “mis” dos candidatos a la Secretaría General de “mi” “partido”, el PSOE: Rubalcaba y Chacón. Un experto sociólogo (me encantó su disertación y su locución, por cierto) comparaba a la generación de los “mayo del 68” con los “baby-boomers” (creo que huelga decir quién pertenece a cada una). Pero no sólo eso, sino que ya se aprovechaba para aclarar algunos conceptos sobre ese salto o esa barrera que se supone que nos hace llevarnos tan mal a los que no hemos elegido nacer en años o épocas distintas, y sobre qué aspectos definen a cada generación en concreto.

Me quedo con dos: por un lado, se supone que a una generación la marcan a fuego los acontecimientos socio-económicos que ocurren justo en el momento en que los individuos entramos en la edad adulta, con 17, 18 o 19 años. En mi caso (el nuestro), la salida de una crisis económica (que no financiera o crediticia, como la de ahora) bestial que, en el caso de mi familia, casi la hunde en la ruina. Era ese 1996 del que tanto hablo, y al que tanto odio y quiero. Aznar comenzaba mandato y lo hacía a golpe de decretazos, de despidos baratos (arrasó con mi padre), de urbanismo express… Sin embargo, fue una recuperación rápida y todos sabemos lo que vino después: el boom, el vivir por encima de nuestras posibilidades, el “me lo merezco”; la velocidad… no nos planteábamos que pudiera llegar el día en que no nos pudiéramos permitir ese tren de vida. Esa posibilidad era tabú. Nos iría bien, claro… siempre.

Por otro lado, sobre cada miembro de una generación influye la situación de sus coetáneos, lo cual determinará su modo de actuar o de afrontar la realidad. Quiero decir, si tienes 25 años y todos los chicos y chicas de tu edad tienen trabajo fijo y empiezan a casarse y formar una familia, tú tenderás a pensar que eso es lo “normal”, y compararás tu situación personal con esa, con la generalizada; aunque no quieras. Si, por el contrario (y como pasa un poco más ahora), tus amigos y amigas están en paro o tienen dificultades para emanciparse o consolidar una relación o tener hijos, el inmovilismo se anclará en tu vida puesto que también “es lo normal”.

En nuestra generación (nuestra tan difícil de entender generación) las cosas no son tan simples, no caben visiones tan reduccionistas. La súper-población (nosotros también venimos de una especie de “baby-boom” fruto de la transición democrática) nos hace pupa: somos muchos, con una buena preparación y en una misma franja de edad, para pocos puestos. La diversificación económica, la apertura de fronteras, la internacionalización… también hacen del panorama un paisaje ecléctico con muchas realidades al mismo tiempo… si pienso en nuestros amigos, los de nuestra edad, no soy capaz de encontrar dos casos iguales, no puedo ver alguna “tendencia”. Divorciados y divorciadas, eternos solterones, eternas parejas en “stand-by”, gente casada con hijos, gente exitosa y con pasta, parados y paradas rozando la desesperación, eternos adolescentes en casa de papá y mamá… me encuentro perdido en el intento por buscar un punto de amarre. Alguna definición, algún baremo…

¿Qué es FRACASAR para nosotros, ahora, hoy…? Pero sobre todo… hasta qué punto somos actores, responsables de lo que nos pase, hasta qué punto llega nuestro margen de maniobra para cambiar de rumbo…

Es la PERSPECTIVA lo que yo echo de menos. La de futuro, concretamente… Y me desasosiega, cada vez que me atrevo un poco a asomarme ahí afuera, lo que veo o lo que leo…
Me dicen que todo se reduce a la repetición de ciclos. Que, claro que sí, que saldremos de esta (como ya lo hemos hecho de otras)… pero yo me pregunto hasta qué punto la influencia de la tele o del cine con su sempiterna frase “todo va a salir bien…” no nos habrá calado demasiado en el inconsciente (o el subconsciente; nunca he terminado de entender bien la diferencia).

Los pueblos del interior se ahogan, se deprimen, sin esa perspectiva de futuro, sin esa ilusión o sin ese optimismo. No dan más de sí, abandonan lo que siempre han hecho porque, simplemente, no es rentable; y las administraciones se limitan a “parchear” con medidas de trabajo que no forman a mejores profesionales ni a mejores personas, que no siembran nada, que no tendrán continuidad. Hay quien se va, pero nadie se cree que sea la solución. Otros se decantan por quedarse, porque, si han de pasarlo mal, si la necesidad tiene que instalarse, mejor que sea en su tierra, con su gente…
Al mismo tiempo, los “señoritos y señoritas” que viven en las grandes poblaciones, en las ciudades, se quejan amargamente en las redes sociales por lo estresante que resultan sus “maratonianas” jornadas de trabajos bien remunerados (o, al menos, remunerados y cotizando; todo un privilegio) y de actividades sociales y de ocio. Un “loco” ritmo de vida que yo no critico ni censuro, conste… pero me molesta y me enerva ese obsceno exhibicionismo. Lo siento. Esas personas tendrán más oportunidades para acceder a los núcleos de decisión, a los puestos influyentes. En sus “llaveros” habrá más llaves que consigan abrir las puertas de las soluciones. Por pura estadística, por pura ley de probabilidades… y no conocen el mundo más allá de sus narices. Son ajenos (o se lo hacen) a lo que está pasando. Y así, aunque salgamos de ésta más tarde o más temprano… ¿Habremos aprendido algo? ¿Servirá para algo todo esto?
No, me temo que no.
Estaremos condenados a repetirlo todo…

Sí, igual tenías razón, Luismi: estamos demasiado aborregados…

Joder, ya llega el camión para cargar…

Un abrazo,
Luismi.