Carta a una avestruz:
Hoy me preguntaba H, en la hora del café, por ti. Y me ha dado pena no poder contestarle, porque hace ya mucho tiempo que tú y yo no hablamos. Bueno, que tú no me hablas, y la última vez que lo hiciste, tu comentario fue tan estúpido, grosero y superficial, que no merece la pena volver a sacarlo a la luz…
También me cuenta que ahora parece que ya no somos dignos, que ya no estamos a tu altura. Que te avergüenzas de nosotros y que has llegado a repudiarnos y a negarnos en público. Yo desconocía eso, pero te mentiría si te dijera que no me ha sorprendido demasiado…
Que no te acuerdas de las veces que te ayudamos ni que estuvimos a tu lado. Y bien, sabes o deberías saber de sobra que no lo hicimos para que nos dieras las gracias ni para que nos rindieras pleitesía. Pero yo creo que no había que llegar hasta el extremo de adjudicarte unos méritos que sabes de sobra que no te corresponden en exclusiva…
Igual el contacto de los pies con ese camino que tú crees que es el del “éxito” te está nublando la vista. Yo no lo sé. Tampoco sé si quiero saberlo. No sé siquiera si no me quedará más remedio que incumplir la promesa tácita que te hice de estar aquí esperándote, con los brazos abiertos, siempre que llamaras a la puerta. Porque de eso se trataba, ¿no? ¿Cuándo se te ha empezado a olvidar? Tú nos has dado de bruces con ella, con la tuya, antes de golpear la madera o de pulsar el timbre…
Yo me pregunto si te preguntarás “¿soy feliz?”. Supongo que no lo haces. Espero, mejor dicho, que no lo hayas hecho. Si así es y te has contestado y, por tanto, estás siendo consecuente, sólo me resta decirte que nunca me imaginé una “consecuencia” tan despreciable…
La conversación con H se alarga; el café, la sobremesa, se alargan. Nos abrimos el pecho en canal (porque pensamos, cuando lo hacemos en ti, con el corazón y no con la cabeza) y te sacamos, la parte nuestra de ti que es nuestra, que nos corresponde. Y la volcamos sobre la mesa. Y es justo decirte que intentamos desechar lo hediondo, lo podrido, lo corrupto; y que es una tarea agotadora y que se antoja imposible. Y quizás las “primeras impresiones” no siempre tienen porque ser las buenas, pero ahora sí que se cumple la norma. Y es triste, es tan triste…
H me mira y me dice que “llegarás muy lejos”. Y yo le detecto ese tono tan irónico que me encanta. Y nos reímos, y estallamos en una carcajada que sólo intenta disimular o postergar la lágrima que nos provoca la pena de lo obvio, de lo que va en camino de ser irreversible. Llegarás, sí, ya no lo dudamos… ¿pero quién subirá a tu cumbre a hacer que te rías, a visitarte? ¿No crees que vas a estar un poco sola?
Sólo te escribo esta carta para comunicarte, para hacerte saber, que ese tipo de “escaladas” nosotros no vamos a afrontarlas. Buena suerte, querida, no obstante.
Atentamente,
El púgil.
Hoy me preguntaba H, en la hora del café, por ti. Y me ha dado pena no poder contestarle, porque hace ya mucho tiempo que tú y yo no hablamos. Bueno, que tú no me hablas, y la última vez que lo hiciste, tu comentario fue tan estúpido, grosero y superficial, que no merece la pena volver a sacarlo a la luz…
También me cuenta que ahora parece que ya no somos dignos, que ya no estamos a tu altura. Que te avergüenzas de nosotros y que has llegado a repudiarnos y a negarnos en público. Yo desconocía eso, pero te mentiría si te dijera que no me ha sorprendido demasiado…
Que no te acuerdas de las veces que te ayudamos ni que estuvimos a tu lado. Y bien, sabes o deberías saber de sobra que no lo hicimos para que nos dieras las gracias ni para que nos rindieras pleitesía. Pero yo creo que no había que llegar hasta el extremo de adjudicarte unos méritos que sabes de sobra que no te corresponden en exclusiva…
Igual el contacto de los pies con ese camino que tú crees que es el del “éxito” te está nublando la vista. Yo no lo sé. Tampoco sé si quiero saberlo. No sé siquiera si no me quedará más remedio que incumplir la promesa tácita que te hice de estar aquí esperándote, con los brazos abiertos, siempre que llamaras a la puerta. Porque de eso se trataba, ¿no? ¿Cuándo se te ha empezado a olvidar? Tú nos has dado de bruces con ella, con la tuya, antes de golpear la madera o de pulsar el timbre…
Yo me pregunto si te preguntarás “¿soy feliz?”. Supongo que no lo haces. Espero, mejor dicho, que no lo hayas hecho. Si así es y te has contestado y, por tanto, estás siendo consecuente, sólo me resta decirte que nunca me imaginé una “consecuencia” tan despreciable…
La conversación con H se alarga; el café, la sobremesa, se alargan. Nos abrimos el pecho en canal (porque pensamos, cuando lo hacemos en ti, con el corazón y no con la cabeza) y te sacamos, la parte nuestra de ti que es nuestra, que nos corresponde. Y la volcamos sobre la mesa. Y es justo decirte que intentamos desechar lo hediondo, lo podrido, lo corrupto; y que es una tarea agotadora y que se antoja imposible. Y quizás las “primeras impresiones” no siempre tienen porque ser las buenas, pero ahora sí que se cumple la norma. Y es triste, es tan triste…
H me mira y me dice que “llegarás muy lejos”. Y yo le detecto ese tono tan irónico que me encanta. Y nos reímos, y estallamos en una carcajada que sólo intenta disimular o postergar la lágrima que nos provoca la pena de lo obvio, de lo que va en camino de ser irreversible. Llegarás, sí, ya no lo dudamos… ¿pero quién subirá a tu cumbre a hacer que te rías, a visitarte? ¿No crees que vas a estar un poco sola?
Sólo te escribo esta carta para comunicarte, para hacerte saber, que ese tipo de “escaladas” nosotros no vamos a afrontarlas. Buena suerte, querida, no obstante.
Atentamente,
El púgil.
2 comentarios:
Seguro que no es feliz.
y si es feliz, que le den. no merece la pena. tú, en cambio, sí. bicos.
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