lunes, 29 de octubre de 2007



De la preocupación justificada (pudo pasar, tiempo ha...)

Quince minutos tras la llegada, primera copa de licor y primer cigarro. Las habituales frivolidades verbales, los comentarios más osados, la búsqueda de la ironía y la exploración del sarcasmo... la risotada forzada...

“Debe usted sentirse muy feliz siendo tan inteligente, Sr. Stain...”
“No lo piense, Sr. Pearly... un gran don implica también una gran responsabilidad...”


Pearly no accedió en ningún momento a quitarse el sombrero aun cuando las normas esenciales de cortesía le obligaban a ello al haber entrado dentro del salón. Stain y el resto de invitados comenzaron a inquietarse y sentirse incómodos precisamente por ello, y Doherty inquirió:

“Mi querido Pearly, ¿es que teme que alguna de sus fantásticas ideas se volatilicen o acaso un descuido de origen cosmético le impide deshacerse de ese hongo tan raído al que, inexplicablemente, profesa tanto cariño?”

Pearly se sonrió, lo cual terminó aún más de enfurecer internamente al resto de los asistentes a la reunión “social”...

“No lo crea, mi estimado Doherty. Supongo que la fuerza de la costumbre me hace a veces habituarme tanto a este viejo y querido complemento que diera la sensación de que lo llevo atornillado a las sienes...”

Pero Pearly no se quitó el sombrero en los minutos sucesivos a ese forzado comentario. La incomodidad generalizada comenzó a asentarse en el salón de reuniones del Club. Los socios Skrant y Schwimmer no paraban de mirarle, ahora hablando entre dientes junto al mueble de los juegos de mesa. Smitheyson tosía hipócritamente y en tono de protesta comedida y Johanssen, por su parte, lanzaba indirectas alzando la voz ya sin ningún tipo de comedimiento...

Doherty, imbuído en el estúpido papel del anfitrión que no era, tomó amablemente a Pearly del brazo y lo condujo fuera del salón, hacia el pasillo que daba a la terraza del ala este, con una sonrisa pintada a regañadientes ilustrando su cara, que desapareció subitamente al encontrarse ya frente a frente y a solas con su inexplicablemente insolente amigo y compañero ocasional de póker.

“Está bien, Pearly... esto es del todo inadmisible y, por supuesto, fuera de lo común en alguien como usted. Por Dios santo, ¿quiere hacer el favor de explicarme, al menos aquí y a solas, el motivo de tamaña falta de respeto hacia todos los socios, incluyéndome a mí por supuesto?”

“No tengo ningún inconveniente, Doherty, pero debe hacer un esfuerzo por entenderme, se lo suplico... Verá, como usted mejor que nadie sabe, siempre me he caracterizado, inmodestamente y entre otras muchas cosas, por ser el poseedor de una MENTE MUY ABIERTA... Y, por fortuna y antes de que hubiera ocurrido algo irreparable, me he percatado al llegar al lugar de que hoy estaba entre los asistentes al Club el señor BUSH, en representación sin duda de los intereses de su familia sureña, la propietaria de negocios petrolíferos... Espero que comprenda mi miedo y mi preocupación a dejar expuesto mi cráneo dentro de la habitación...”


Doherty, derrotado ante la evidencia, rebajó su tono y contestó:


“Pearly... le ruego me disculpe por no haberme dado cuenta antes de la situación. Créame, su preocupación está más que justificada... Aprovecharé además este incómodo momento para avisarle de que la semana que viene vendrán a visitarnos los españoles de Valladolid, los Aznar... creáme si le digo que su ausencia, y al menos por mi parte, quedará totalmente disculpada...”.

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