martes, 18 de septiembre de 2007


El dieciocho...

Me dirigía a casa de Oswaldo, el constructor de planetas jubilado cuando, mientras mi automóvil tomaba la salida 75 en dirección hacia el barrio de La Liberación, contesté a una llamada telefónica de un número desconocido:

“¿Cómo? ¿Quién demonios es usted y por qué me está preguntando esto?”.

(...)

Me recibió Britta, la mujer de Oswaldo, visiblemente preocupada por mi aparición. Britta era de origen danés. Ella y Oswaldo se conocieron en un viaje que él hizo al centro de Europa para realizar algunos bocetos que luego usaría en su proyecto de la nebulosa HH: el proyecto MRM-17.

“Fue mi mejor trabajo... y el último” dijo Oswaldo cuando vino a mi encuentro mientras le esperaba en su estudio de trabajo casero, ahora dedicado por entero al diseño de acuarios, y volvía a echarle un vistazo a los planos del hemisferio norte de aquel “planetoide” que el Ministerio de la Expansión le encargó a mi viejo amigo hace ya más de tres décadas. “... es una auténtica lástima que hoy día MRM-17 haya degenerado en un vertedero postal, pero bueno, así son estos tiempos, supongo. En fin, tú ya lo sabes, mi querido Michael Palmer... siempre que vienes te lo digo; no soy más que un viejo chocho de vista cansada que se repite, ja, ja, ja... Pero cuéntame, hijo... debes estar inquieto por algo cuando te has aventurado a presentarte de esta forma sin haberlo planeado con antelación. No deberías arriesgarte tanto; sabes que esas cucarachas trajeadas andan por todos lados”.

“Sí, están algo nerviosos últimamente, por esos nuevos rumores sobre el contrabando de virus alimentarios. Bah, se les pasará; ni yo mismo les doy crédito... En realidad es por usted por quien vengo, Oswaldo, es usted quien me preocupa sobremanera...” E inquirí una mirada hacia aquel viejecito de barba canosa y gafas de concha, esperando de él un arrebato de sinceridad, una mueca que anticipara la confesión... que nunca llegó.

Oswaldo y mi abuelo Thomas Palmer fueron compañeros durante el obligado periodo de instrucción táctica y militar al que los jóvenes estudiantes más brillantes de la Universidad Politécnica de Marápolis eran sometidos durante el mandato del Coronel Rainer. Allí forjaron su amistad, la que luego se vio truncada por el traslado de mi abuelo hacia las bases de Alaska. Oswaldo tuvo más suerte, y fue “funcionarizado” y adscrito a varios ministerios, hasta que llegó el golpe de Estado del 43; a partir de ahí, las familias perdieron totalmente el contacto. El doctor ingeniero Oswaldo James Cruz desapareció del mapa misteriosamente... hasta aquel día de mayo del 57 cuando apareció en el aula presentándose como nuestro profesor del curso de especialización obligatorio al que todos los agentes del Servicio de Desinformación debíamos asistir.

“¿Yo preocuparte? Pero qué gracioso eres, Michael... Sí, es cierto que ando un tanto retrasado con este acuario de espuma de mar que me encargó el bueno de Chazz, mi vecino, pero no creo que eso se haya convertido en una cuestión de Estado... ¿o me equivoco, ja, ja, ja...?”.

“Oswaldo, creo que debemos hablar claro... No se preocupe, no va a comprometerme más de lo que ya lo estoy. Me vienen siguiendo los pasos desde hace meses. Ya sabe, yo trabajo con la calumnia y con la verdad, disgregadas, confusas... aprendí muy bien a manejarlas a mi antojo, pero también a diferenciarlas casi sin esfuerzo... sobre todo, cuando se trata de algo tan personal como para mí lo son las iniciales O.J.C. en el dorso de un expediente reabierto...”

El doctor Cruz cambió su expresión. Se quitó los anteojos, y comenzó a limpiar los cristales gruesos sentado en su vieja silla de arquitecto, deshilachada, raída. La que conservaba por un ataque crónico de nostalgia. La que soportó el peso de la creación de más de una veintena de sistemas estelares a escala, cientos de “meteoritos germinantes” y hasta, exactamente, diecisiete “planetoides” experimentales, todos con la misma notación de tres letras...

“¿Qué crees saber exactamente, Michael? Pongamos las cartas bocarriba, sobre la mesa... no nos andemos con zarandajas llegados a este punto...”

“Se dice que el “planetoide” nº 18 es algo más que un rumor, Oswaldo. Y todos saben que ese tipo de proyectos fueron terminantemente prohibidos a partir del año 44... Usted es el único que, llegado el caso, sería capaz de volver a desarrollar un trabajo de tal magnitud. Sólo un genio como usted posee aún el talento para ello, incluso aunque le “robaran” todas sus bases de datos, todos sus planos, todos sus bocetos y sus libretas y tablas de cálculos... Sí, mi abuelo me lo contó... lo del “exilio” forzado y encubierto, lo del “encierro preventivo” y la “reeducación” en el Islote-F, junto a los presos políticos; lo de que sólo le dejaran conservar estos dibujos de un hemisferio del número 17... Pero aún así, si alguien pudiera rehacer lo deshecho, todo el mundo le señalaría con el dedo, doctor... usted es el único...”


“Thomas hablaba demasiado... viejo idealista... como le echo de menos, maldita sea...” Oswaldo dejó caer los hombros, hasta ese momento en tensión, como gesto de derrota. “¿Y tú que crees, muchacho? ¿Qué piensas? ¿De veras te unes a todos los que piensan pero no dicen que la gran respuesta se acerca, que los rebeldes necesitarán un nuevo “bunker” desde el que reorganizarse... tu famoso “planetoide 18”, el que al parecer yo estoy diseñando y luego construiré para vengarme, para hacer que me las paguen todas juntas? ¿Voy a conseguir con eso recuperar los ocho años que me quitaron? ¿Me extenderán un cheque por valor de todos y cada uno de ellos?” No llegó a alzar la voz, pero sus manos arrugadas cobraron una vida inusitada y sus ojos un brillo intenso mientras me interrogaba sarcásticamente...

Britta, que entraba por la puerta del estudio para servirnos un café de malta recién hecho justo en el momento en que Oswaldo comenzaba a hacerme estas preguntas, dejó la bandeja sobre una mesa de contrachapado, en una esquina, y abandonó la estancia llorando, cubriéndose la boca con las mangas del jersey...

“No lo sé, doctor, yo no sé qué pensar... Pero hoy mismo, viniendo hacia aquí, he recibido una llamada muy clarificadora... es porque no he dudado del contenido de la conversación que he mantenido, por lo que no he dado media vuelta cuando estaba a punto de hacerlo... porque, si tengo que serle sincero, nunca pensé seriamente que todavía usted, precisamente usted...”

Oswaldo James Cruz se incorporó y se dirigió hacia su mesa favorita, a recoger su taza de café. Bebió un sorbo, tomó a Michael de un brazo, amigablemente, y ambos se dirigieron hacia el ventanal que daba paso a la pequeña terraza, la de la parte de atrás de la casa, la menos soleada paradójicamente...

“Y si piensas finalmente que el 18 puede ser una realidad... ¿por qué esta visita, Michael... por qué complicarte la vida? Si te relacionan conmigo, si saben que has estado aquí, tu carrera habrá terminado, y puede que hasta tu vida peligre... no lo comprendo, Michael... no te comprendo...”

“Si el 18 existe, o va a existir... Quiero formar parte de él, Oswaldo... Quiero formar parte de la solución... Yo, no resisto más, Oswaldo... ya no lo soporto...”

La mañana había ennegrecido, y el cielo se había teñido de un gris industrial cada vez más común en la “Era de la Reindustrialización”, independientemente de la época del año... Una leve lluvia ácida terminaba de corromper los álamos, allá afuera... Los dos hombres enmudecieron, absortos...

“El MRM-18 no será una base para guerrilleros, Michael. Ya está casi terminado... Dentro de unos siete meses lo lanzarán desde un punto muy concreto de la antigua Ucrania. Me deben algunos favores; sí, esos, los que estás pensando... Pero no es una base ni un escondite... Es mío, Michael, es un regalo que nunca hice y que ahora voy a hacer...Y es hermoso, hijo... es lo más hermoso que jamás nadie verá en el universo... todo lo que ella amaba, todo lo que siempre quiso ver y no vio... Sus flores favoritas, sus palabras preferidas, sus colores de la suerte... Los anteriores diecisiete... todos tenían algo de ella, como un pequeño homenaje... pero éste es ella... Murió hace dos años, Michael... y no pude despedirme... no pude decirle tantas cosas...”.

Comprendí. Simplemente, comprendí...

Ocho meses después, un grupo de paramilitares rusos eran apresados en las afueras de Kiev tras haber lanzado un “cartucho planetario” con una antigua lanzadera de la Agencia Espacial Europea e intentar darse a la fuga buscando los territorios neutrales del Sudeste Asiático. El “cartucho”, conteniendo las “sopas primordiales” y el germen de MRM-18, no pudo ser interceptado y salió del campo de influencia de los satélites militares.

Oswaldo James Cruz apareció asesinado (un tiro limpio en la sien, concluyó la autopsia oficial) junto a Britta, su esposa, en su casa del 342 del sector norte del Barrio de La Liberación, tres noches después.

Yo escribo esto desde el barracón 31, litera R. En el Islote-F no es fácil encontrar un trozo de papel limpio y un bolígrafo decente... Pero siempre he sabido apañarme bien. En unas semanas, tendrán noticias nuevas sobre nosotros (mis hombres y yo)... no les quepa duda.

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