Ucronía.
1. f. cult. Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder.
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O sea... ¿Qué hubiera pasado si los nazis hubieran ganado la II Guerra Mundial?, ¿cómo sería Europa hoy día? ¿Y si no hubiera caído ese meteorito en el golfo de México dando lugar a la extinción masiva de especies hace millones de años?
Son, me imagino, los primeros ejemplos que se nos pasan por la cabeza, los grandes hechos, los más grandilocuentes o más “sonados”. Sin embargo, en la definición de la RAE mostrada arriba, hay dos palabras que me llaman la atención poderosamente: la primera es “historia”, en minúsculas, no “Historia” como disciplina académica. La segunda es “lógica” y es la que me hace preguntarme hasta qué punto puede ser lógica o cuando menos objetiva la interpretación de quien reconstruya toda una concatenación de hechos partiendo de una base hipotética; hasta qué punto se pueden dejar al margen las preferencias personales o los anhelos más puramente subjetivos, el “me hubiera gustado que hubiera ocurrido de tal o de cual forma...”.
Al final no deja de ser un juego, supongo.
La RAE, los expertos, le dan nombre a uno de los pasatiempos más antiguos del ser humano: imaginar cómo podía haber sido nuestra vida o la de los que nos rodean si, en un determinado momento muy puntual no hubiéramos abierto la boca o no la hubiésemos cerrado; si hubiéramos aprobado aquel examen o comprado aquel décimo de lotería cuando pasamos por aquel bar (y luego lo vimos por televisión un mediodía de diciembre; la más completa de las algarabías, la felicidad –supuesta- manchada de cava; a mi me ha pasado).
Yo me he acordado de algo muy concreto. Estamos acostumbrados a ver y escuchar en las series de televisión, en las telenovelas o en los filmes románticos la escena en la que el chico (invariablemente siempre es el chico), presa de una especie de enajenación mental y sentimental, ofrece a la chica la posibilidad de “marcharse juntos, a cualquier lugar, y empezar de nuevo; dejarlo todo atrás”. Cosa rara en mí, siempre he esbozado una media sonrisa de incredulidad cuando he presenciado como espectador dicho acto (también invariablemente presente en todo guión de medio pelo que se precie de serlo).
Pero me tocó protagonizar esa escena en la vida real hace tan sólo cuatro meses y medio. Creo que cuando terminé de articular y hacer audibles las palabras, ni yo mismo terminaba de creerme que lo hubiera hecho. Pero así fue. Y fue uno de los ofrecimientos más sinceros y visceral-no-exento-de-cierta-dosis-de-racionalidad-no-obstante que he hecho en mi existencia. La respuesta al mismo no fue del todo descorazonadora ni frustrante, sino que se cimentó en el paso de un cierto tiempo prudencial (para terminar de aumentar, por supuesto, la angustia y el suspense que ya de por sí exhalaba todo el conjunto global de la situación).
El final de este episodio llegó antes de lo esperado, dejando en el aire la posibilidad que acababa de ver la luz.
Y nunca hasta hoy me había parado a elaborar mi propia “ucronía”, llegando además a la conclusión de que podríamos estar ante la más perfecta, precisa y metódica de ellas. En resumen, sólo les haré saber que el resultado de la misma dista mucho (quizás miles de eones metafóricos) de la situación actual, lo cual me ha provocado un profundo sentimiento de desazón y, al mismo tiempo, una paz espiritual sin parangón (todavía intento descifrar por qué).
En mi “historia-con-minúsculas” personal yo tengo absolutamente todo el derecho de engañarme a mí mismo todas las veces que quiera, amparado por el armazón de la ilógica más apabullante...
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