lunes, 13 de agosto de 2007


La meva pena eterna...

Amas a alguien con toda tu alma, con toda la fuerza que atesoras dentro de tu cuerpo. Y te apoderas del suyo, que se fundirá con tu pecho, y le haces el amor con una pasión que hasta ese momento desconocías que podías albergar.

Le entregas tu vida, todos tus esfuerzos, tus mejores deseos y las palabras más sinceras que de tu boca pudieran salir a lo largo de tu vida. La miras con ternura y sientes deseos de llorar de agradecimiento, de humildad, de inmerecimiento por haber tenido la inmensa fortuna de toparte con ella en tu camino, de que quisiera convertirse en tu compañera de viaje.

Te sacrificas, lo sacrificas todo: tu tiempo, tus energías, tu destino... y no pides nada a cambio, porque en realidad no estás dejando escapar nada, porque ahora sólo hay un tiempo, un reloj en común; porque tus energías y las suyas se unen en una sola marea poderosa; porque tu destino era encontrarla.

La retienes en tus ojos, en tus oídos, en tus manos, en tu espalda. Ya todas las cosas tienen su nombre, todos los objetos su tacto, todo el alimento su sabor; en todas las nubes su rostro y en todos los sonidos su voz llamándote para que vuelvas cuanto antes a abrazarla y a protegerla de los mil peligros que la acechan.

Y un día, te abandona. Un día, da igual cual, ya no hay nada. Querrás saber el por qué y, poco tiempo después, lo sepas o no, ya te habrá dado igual.

Te sentirás descalzo y perdido y mirarás desde el precipicio buscándote a ti mismo, intentando encontrar quién eras, rastreando tus propias huellas; y darás cobijo, momentáneamente, al deseo de saltar lejos para hallarlas.

Querrás tenerla cerca, al principio. Te resistirás a la certeza, a la verdad cruda y hedionda que te persigue cada segundo. Derramarás toda tu sangre en sueños y todas tus lágrimas en tu rincón. Y luego querrás arrancarte de la piel sus besos, sus caricias; extirparás vanamente de tu cerebro sus palabras, su aroma, que ya sabes que siempre permanecerán indelebles. Al final, vivirás con ellos, pactarás con tus fantasmas; y un día, da igual cual, besarás su mejilla y aprenderás a caminar firme e impertérrito a su lado mientras el veneno de tu estómago se apodera de tus venas y tus arterias. Será la noche, sino del último llanto catártico, sí del más puro.

Y volverás a amar, tenlo por seguro. A amarla de nuevo. A amar a otra. Quién sabe; da igual cual. Tenlo por seguro...

1 comentario:

Jove Kovic dijo...

Ves como lo intuía, en el comentario posterior, pero lo intuía.
Vista, valor y...