Hallazgo…
Si hay alguien por ahí que todavía no se haya dado cuenta de que toco el bajo, realmente anda muy, muy despistado… Y lo toco mal, horrorosamente mal, tan mal como se puede tocar un instrumento con un dedo roto, y sin apenas poder dedicarle tiempo “en serio”, con más fe y empeño que talento. Ya publiqué una vez una cariñosa reseña que un amiguete periodista me regaló para mi “cumpleaños”, en la que advertía de los peligros auditivos de la escucha de mi “arte”, mientras que para compensar, ensalzaba mi buena actitud en el escenario y la disciplina para con los grupos en los que tocaba-toco…
Pero, claro… pocas veces he hablado de mi afición por las GUITARRAS, una afición meramente estética, técnica (soy un fanático de destriparlas, limpiarlas, quintarlas, apantallarlas, ajustarlas, “tunearlas”… etc.), contemplativa a fin de cuentas. Poca gente sabe que antes de tener mi primer bajo, el “Academy” que ahora está en el taller, ya tuve una guitarra española. Me la cedió mi buen amigo Dani H.; había pertenecido a su hermano, y era la que regalaban con el curso a distancia de CCC. Un palo con cuerdas, sí, pero bueno, para empezar a cogerle el gusanillo sirvió, y mucho. Se llamaba “Pepis” (dicen que hay que bautizar los instrumentos), y murió víctima de un golpe, en una reforma de casa de mis padres, cuando aún vivía yo con ellos.
Mi primera guitarra eléctrica la compré en 2001, en noviembre, en la mítica tienda granadina de “Musimaster”, ya que conocía a Juan, el propietario (ahí compré el bajo dos años antes, cuando vivía en la capital), y me hizo una gran oferta, accesorios incluidos. Era una “Leboncat” (?????), una copia asiática de la Stratocaster, que valía unas diez veces menos que la auténtica. Como anécdota, diría que JAMÁS llegué a tocarla “de verdad”, sólo unas quintas y algunos acordes abiertos que había aprendido, con el canal del overdrive del ampli y sin más artilugios…
Sin embargo, tengo la inmensa suerte de ser amigo y de tocar con uno de los mejores guitarristas que jamás haya visto esta zona (con permiso del gran y admirado Seba –OZONO3-, de Cho, de Ignacio o de algunos ilustres veleños), MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ, que fue quien realmente le sacó partido a ese trozo de madera (en la foto lo veis con ella), y quien me enseñó algunas cosas más sobre el instrumento. Se enamoró de la “Lebon”; tanto, que a día de hoy es suya (si es que alguna vez no lo fue) y es que se la vendí por un precio simbólico. Si es cierto eso que dicen de que de cada 1.000 guitarras puercas como esa, UNA sale medio decente, a mí me tocó la lotería, y hoy, apantallada, ajustada a tope e impoluta, sigue dando una caña increíble.
Si hay alguien por ahí que todavía no se haya dado cuenta de que toco el bajo, realmente anda muy, muy despistado… Y lo toco mal, horrorosamente mal, tan mal como se puede tocar un instrumento con un dedo roto, y sin apenas poder dedicarle tiempo “en serio”, con más fe y empeño que talento. Ya publiqué una vez una cariñosa reseña que un amiguete periodista me regaló para mi “cumpleaños”, en la que advertía de los peligros auditivos de la escucha de mi “arte”, mientras que para compensar, ensalzaba mi buena actitud en el escenario y la disciplina para con los grupos en los que tocaba-toco…
Pero, claro… pocas veces he hablado de mi afición por las GUITARRAS, una afición meramente estética, técnica (soy un fanático de destriparlas, limpiarlas, quintarlas, apantallarlas, ajustarlas, “tunearlas”… etc.), contemplativa a fin de cuentas. Poca gente sabe que antes de tener mi primer bajo, el “Academy” que ahora está en el taller, ya tuve una guitarra española. Me la cedió mi buen amigo Dani H.; había pertenecido a su hermano, y era la que regalaban con el curso a distancia de CCC. Un palo con cuerdas, sí, pero bueno, para empezar a cogerle el gusanillo sirvió, y mucho. Se llamaba “Pepis” (dicen que hay que bautizar los instrumentos), y murió víctima de un golpe, en una reforma de casa de mis padres, cuando aún vivía yo con ellos.
Mi primera guitarra eléctrica la compré en 2001, en noviembre, en la mítica tienda granadina de “Musimaster”, ya que conocía a Juan, el propietario (ahí compré el bajo dos años antes, cuando vivía en la capital), y me hizo una gran oferta, accesorios incluidos. Era una “Leboncat” (?????), una copia asiática de la Stratocaster, que valía unas diez veces menos que la auténtica. Como anécdota, diría que JAMÁS llegué a tocarla “de verdad”, sólo unas quintas y algunos acordes abiertos que había aprendido, con el canal del overdrive del ampli y sin más artilugios…
Sin embargo, tengo la inmensa suerte de ser amigo y de tocar con uno de los mejores guitarristas que jamás haya visto esta zona (con permiso del gran y admirado Seba –OZONO3-, de Cho, de Ignacio o de algunos ilustres veleños), MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ, que fue quien realmente le sacó partido a ese trozo de madera (en la foto lo veis con ella), y quien me enseñó algunas cosas más sobre el instrumento. Se enamoró de la “Lebon”; tanto, que a día de hoy es suya (si es que alguna vez no lo fue) y es que se la vendí por un precio simbólico. Si es cierto eso que dicen de que de cada 1.000 guitarras puercas como esa, UNA sale medio decente, a mí me tocó la lotería, y hoy, apantallada, ajustada a tope e impoluta, sigue dando una caña increíble.
El caso es que yo ya había abandonado la idea de hacer algo con seis cuerdas… Compré una española por 40 euros para tenerla en casa cuando “vinieran visitas” y para hacer el gamba, y me centré en el bajo, con el tuneo de mi “Ernie” (Squier Special Bass, ese que vendía y que no conseguí vender) y la idea de adquirir algo mejor (que al final resultó ser el Telecaster Vintage Bass, aunque no abandono la idea de hacerme con un buen Jazz Bass lo antes posible). Y ahí se presentó la ocasión: JMC, mi compañero en “Sin Rencor” estaba frito por hacerse con una Telecaster o una Les Paul, así que se deshizo de su “Squier Strat” negra y blanca; sí, esa que muchos llaman despectivamente “Chumbocaster”, aún sin atreverse a probarla (en fin…). Lo cierto es que a JMC no le faltaba razón para darle la patada, y es que ya en el grupo la llamábamos la “rompecuerdas”. No sé qué demonios le pasaba a ese instrumento, que nadie conseguía hacerle durar más de un par de bolos un juego de cuerdas del 10 o el 11… Yo no sé qué cojones le vi a la guitarrita, pero el caso es que le di casi lo mismo que le costó (más la funda rígida) y me la llevé a casa… Después de abrirla, cerrarla, atornillar y desatornillar, mirarla y remirarla… llegué a la conclusión de que se trataba de un problema de ajuste del puente flotante y del “alma” del mástil… La octavé para cuerdas del 10 y “¡voilá!”: ni un problema más hasta la fecha. Bien, pues ahí se quedó en el estuche casi tres años.
El “hallazgo” al que me refiero en el título sobrevino hace cuestión de pocas semanas… No sé si es por experiencia al navegar, por intuición, por pura chiripa o por una mezcla de todo, pero el caso es que cuanto más tiempo llevas en Internet, consigues búsquedas más refinadas y resultados más satisfactorios. Decidido a aprender algunas pentatónicas mayores y menores, y algunos “power chords” básicos, seducido por el descubrimiento (sí, tardío) de “The Thermals” (Sub Pop Records), me propuse a buscar lecciones on-line y vídeos youtuberos sencillitos, y así fue como di con la gran “ROCK & ROLL PARA MUÑONES”, el site más completo que he visto jamás para aficionados como yo que estamos empezando a rasguear y rockanrollear (o queremos hacerlo medianamente bien).
Cuando me puse a investigar e indagar en la página, fui suspicaz y un tanto escéptico… pensaba que sería el típico sitio donde un fiera del heavy-metal querría enseñarte en cuatro días todo lo que él sabía tras años de dedicación… pero NO. Se empieza desde el principio, poco a poco, con clases “introductorias” donde se hace mucho hincapié en el uso de la mano derecha, sin tecnicismos complicados, con un lenguaje asequible, y paso a paso.
Era el acicate que me faltaba para sacar la “Strato” de la funda, ponerla al día, cambiar cuerdas y aprovechar para “tunearla” un poquito (realmente me encanta personalizar todos mis instrumentos) poniéndola “blackie-blackie”, con golpeador nuevo y pintando los potes, el selector y las pastillas.
Y ahí vamos, poco a poco, repito… contando y con el metrónomo al lado, y descubriendo que tengo un dedo que se llama “meñique”, que no es poco…
Ya me he inscrito y suscrito… ya soy uno de los casi 1.600 “muñones”, y comparto este “hallazgo” con los que tengáis otra guitarra criando polvo (eléctrica, acústica o española). NO hay excusa, porque estoy casi seguro de que más fácil y más entretenido no nos lo van a poner… sobre todo a los que no tenemos pasta para pagarnos unas clases.
Gracias “ociosu” (webmaster y autor de las lecciones), por tu tiempo y empeño.