martes, 12 de mayo de 2009

Enésima…

Un coche, uno de segunda (o tercera mano). Lo primero que harás después de comprarlo es obvio; hasta lógico: intentarás que no quede huella alguna que delate a su anterior propietario… colgarás tu propio ambientador favorito, hasta colocarás unas nuevas fundas para los sillones, para la tapicería. Cambiarás el lugar de los papeles, y hasta puede que pongas alguna pegatina. Lo “marcarás”, en definitiva, como ese perro que orina en la farola o en el tronco del ficus del jardín.
Sea un coche, sea un instrumento musical, sea un teléfono móvil, donde la primera tarea será la de revisar la carpeta “multimedia” para eliminar cualquier posible foto que el dueño anterior hubiese olvidado borrar; algún vídeo personal, algún número de teléfono.

Ahora es tuyo. Lo que sea. Es tuyo. Y debe quedar meridianamente claro.

Hacemos lo mismo con las personas. Conocemos a una chica (o a un chico, según el caso) y lo “adaptamos” a nosotros. Y no le dejamos tener un pasado o, en el mejor de los casos, no queremos tener ningún conocimiento u opinión al respecto. Intentamos cambiar su forma de vestir, sus gustos musicales, hasta su forma de hablar o de expresarse. Sus hábitos, sus rutinas, son acomodadas y “adecuadas”.

Ahora es nuestra. Sólo nuestra. Y esto debe quedar perfectamente claro.

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Los seres humanos nos deshumanizamos a pasos agigantados. El positivismo exacerbado y superfluo que inunda nuestra forma de ser, de pensar, de actuar, paradójicamente nos sumerge en una existencia nucleica, atomizada, en una parálisis llevadera, indetectable pero crónica. Rechazamos la idea de la muerte como parte de la vida. El pasado es una etapa que sufre de una criba cruel de la que sólo permanecen intactas las estampas más floridas, pintorescas y artificiales, y quedan desechados los episodios oscuros, grises, fruto de circunstancias que no hemos podido controlar pero que nos vemos obligados a enfrentar. No se aprende de lo desagradable, de lo insulso, del error (propio o ajeno), sino que esto queda desterrado e incinerado (enquistado en realidad). El futuro es una forma de vida que domina al presente. El presente se pospone en aras de ese futuro, que será mejor porque tiene que serlo, aún a costa de sacrificar el aire del día que ahora se está respirando. ¿Y qué ocurre si no es así? Una amnistía, un perdón universal acudirá a socorrernos, y jamás tendremos la culpa, que emanará de circunstancias que no hemos podido controlar pero que nos hemos visto obligados a enfrentar sin estar preparados, porque desterramos o incineramos (enquistamos en realidad, pero no sabemos dónde ni cómo echar mano de ello) las herramientas que nos hubieran ahorrado tanta frustración. Víctimas, sólo víctimas. Jamás culpables.

Entre tanto, empezamos a convencernos (algunos; tal vez fruto de la edad, tal vez fruto de una serie de decepciones) de que un hombre, a fin de cuentas, mide su valía ya no por la cifra final del saldo de su cuenta corriente; por el “prestigio” social de su puesto de trabajo; por el inventario de bienes materiales que otros y otras le elaboran a las espaldas o que él mismo exhibe intencionadamente. Sino por su voluntad para embestir a la fiera de la adversidad. Algunos nos convencemos al fin de lo necesario de buscar la “comodidad” dentro de la “incomodidad”, aprendiendo a convivir con ésta última, tamizando, equilibrando objetiva y subjetivamente la balanza de lo que acontece, y sacando pecho y una sonrisa fuerte, que no estruendosa. Cálida, que no acalorada. Confidente, que no confiada…

Ese es mi compromiso, mi “saldo”, mi “seguridad”, y todo lo que te puedo ofrecer con garantías. “En lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad” dice el ritual sacro… Yo soy capaz de creer por ti, porque creo en ti. Yo puedo prometerte que no voy a asustarme, que no voy a perder los nervios ni la perspectiva del camino. Que no soy uno cuando tengo y otro cuando no tengo, y bien lo sabes, aunque te empeñes en mirar a otro lado… otro lado que no es hoy, que no es ahora; que “será” si es que lo es, pero, ¿y si no? Si sí… O si no…

Un hombre se mide por eso, estoy seguro. Y una mujer…

Puedes conservar tu ambientador, eso por supuesto. Y tu tapicería. Y tus discos y politonos.
Querida.