jueves, 23 de abril de 2009

No pudo ser, púgil…

Hoy cumplo 30 años y, como ya le dije a una buena amiga y compañera, “es una catástrofe como otra cualquiera…”.

Sólo puedo pedir, encarecidamente, disculpas a todos y todas los que aún tienen que soportarme vivo a diario… Sé que no es fácil ni agradable; y me consta.

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Se suponía que hoy iba a publicar un “post” que llevaba semanas en mi cabeza y mediante el cual, por fin, iban a quedar claras tantas y tantas cosas… las órbitas de las personas que giran sobre mí podrían, tras él, conducirles directamente a mi núcleo o perderles irremisiblemente en la inmensidad del espacio exterior. Tal vez alguien entendería el por qué he comenzado este escrito con esos dos párrafos… tal vez no, y alguno (sobre todo alguna) me diera ya por imposible y obtuviera su descanso (que no el mío). Igual dejaba ya de recibir misivas y sermones extraídos de infames libros baratos de autoayuda y comedias románticas estadounidenses de Meg Ryan; igual empezaban a llegar (por fin) versos, buenos versos (estoy tan acostumbrado ya a regalarlos y no recibir ninguno a cambio…). Pero ni eso, ni ese mísero “post” ha podido ser. No encuentro ganas ni palabras…

No voy a explicar cómo imaginaba mi vida el 23 de abril de 2009… simplemente, no era así. Para nadie es tal y cómo se imagina, eso ya lo sé (no insistan: tengo cara de imbécil, pero de ahí a serlo hay un trecho de distancia incalculable). Y ahí es cuando vuelvo al título: lo único que lamento (lo único… no me arrepiento de CASI NADA…) es que “no haya podido ser”. Por un motivo simple: sólo dependía de mí; única y exclusivamente. Tal vez por pereza, por cobardía, por incapacidad o hasta por inconformismo… Pero no ha podido ser, y eso no me lo voy a perdonar en los que resten, ya sean diez, veinte o cuarenta más a partir de hoy…

Con ese lastre, paradójicamente me siento más liberado: ya es imposible alcanzar nuevas cotas de mediocridad o de fracaso personal (“No apuesten nunca por un perdedor”, reza el encabezado), así que, como al tocar fondo ya no hay nada más abajo, seguiré con la sonrisa bobalicona como bandera, con mis “salidas de tiesto de perro verde” por bandera, con mi obra y mi poesía (que es mía, sólo mía, únicamente mía y “te chinchas”, sí tú…) por bandera, y aprenderé a poner la carita de lástima, ya de treintañero, a ver si consigo engañar a alguien y que me haga un hueco en su colchón una de cada veinte… o de cada treinta.

No pudo ser y, al menos, aquí estamos para contarlo…

Saludos cordiales.