jueves, 2 de abril de 2009


MESA PUESTA

Lloverá, y te irás, qué duda cabe, y toda
la perfección de tu sombra de ojos: en vano.
¿A quién apuntamos (salivazo, travesura)?
Te vas a llevar tus silencios de hormigón, y yo
acostumbrado a recitarte por el hueco de la escalera…
también me emborrono. Subsidiariamente. Un poco. Poco.

¿A quién dibujo yo ahora? Egoísta… Malcriada…
No te suponía un gran esfuerzo (creo) agarrarme
del cuello, obligarme a ir y romperme los cables.
Ahora te quedas tú con tu pelota. Sola. Yo no juego…
Gracias por nada.

Me llaman por el patio de luces… Perdona. Lo siento.
Cuando salgas (cuando te dejen salir) tírame
una canica (o un soneto). Al balcón, el del abuelo;
que yo recojo la mesa y les escribo una lista de
recados (innecesarios), y nos cogemos de la mano
y secamos todos los charcos revolcándonos desnudos.

Y no: no he hecho la tarea; ni me aprendí el verbo
(deja de preguntar lo que sabes, henchida doña-perfecta…).
Mañana van a castigarme a lustrarte el orgullo
con un paño y lágrimas de cocodrilo. Y grasa barata.
Y sí: si me miras a los ojos (mientras), será un día perfecto…

Aunque no llueva.