CUADERNOS
De tu viejo oficio de prologuista sólo conservaste
intacto el trauma de atesorar
el desenlace; junto a tu promesa y tu palabra
de, jamás, entregar la llave.
Pero de tu blindaje, inexpugnable,
¿qué queda tras de la última página?
Divagas. Serpenteas errante, dudando,
como los jóvenes ante un catálogo de promesas
y de kilómetros tan dispares;
tan desconocidas las rutas…
como el chiquillo en su pupitre (en mano
el lapicero) ante la jungla de tildes
de su ejercicio de ortografía (y la
campana no suena, no acude al rescate…).
Tuyo es el peso. La primera brazada, el
aleteo torpe.
Tuyo el ingrato mérito, desterrado, de sólo tú
saber que el epílogo nació ya antes de tu pluma.
Vendaval (aliento).
Brasa (incendio).
De tu palmada tímida, el aplauso;
y de tu paso (trastabillado y torpe), la marcha interminable.
De tu viejo verso, hermano, mi poema.
De tu viejo oficio de prologuista sólo conservaste
intacto el trauma de atesorar
el desenlace; junto a tu promesa y tu palabra
de, jamás, entregar la llave.
Pero de tu blindaje, inexpugnable,
¿qué queda tras de la última página?
Divagas. Serpenteas errante, dudando,
como los jóvenes ante un catálogo de promesas
y de kilómetros tan dispares;
tan desconocidas las rutas…
como el chiquillo en su pupitre (en mano
el lapicero) ante la jungla de tildes
de su ejercicio de ortografía (y la
campana no suena, no acude al rescate…).
Tuyo es el peso. La primera brazada, el
aleteo torpe.
Tuyo el ingrato mérito, desterrado, de sólo tú
saber que el epílogo nació ya antes de tu pluma.
Vendaval (aliento).
Brasa (incendio).
De tu palmada tímida, el aplauso;
y de tu paso (trastabillado y torpe), la marcha interminable.
De tu viejo verso, hermano, mi poema.