EL DOMINGO ES UN DÍA MUY HIJO DE PUTA…
Acto 1:
Excusas. Reales (obviamente, lo más probable) o no. Pero, qué diablos, no se puede hacer nada. No way, man. Te jodes. Otra semana más. Lanzo el teléfono contra la cama, un tanto furioso… Supongo que lo mejor es ordenar un poco, ahora que el “marmota” ya se ha largado, tomar una buena ducha y salir un rato a tomar un café o lo que sea.
Cuando estoy en la habitación, con la toalla preservando mis “vergüenzas” de no sé muy bien quién, me doy cuenta muy, muy claramente. Esas miradas tan cargadas de odio que me diriges, de resentimiento. También puede que Shannon, en el salón, hubiera echado una mano (grandioso viaje a Almería; inciso)… De esas pupilas despegan vectores que toman tierra en mi cabeza (te pediré responsabilidades y que me compenses por mi alopecia incipiente) y transportan una frustración y, en cierto modo, una envidia absolutamente injustificada. No sé si te habrás dado cuenta. Ya ni me das un beso cariñoso cuando me saludas, cuando nos vemos. Nosotros que habíamos intercambiado tantos secretos a voces…
Sí, está muy claro… siempre coincide con un nuevo escrito, con unas palabras que sabes (yo no te lo oculto) que nunca hablan de ti, sino de otras. Siempre de otras. Mis palabras horadan tu cerebro, tus aurículas y ventrículos, tu médula espinal, tu vulva y tus pechos… y no son para ti, por supuesto. Y luego la mirada por encima del hombro, y el comentario a regañadientes mientras remuevo mi taza, y la silla vacía de por medio, aún cuando estés menos cómoda junto al taburete de la columna… tus lumbares te castigarán a ti, querida… dudosa estrategia; contraproducente…
Me visto y, con una sonrisa de satisfacción triste, le arranco las cuerdas vocales a la Wright y vuelvo a mirar por quincuagésima vez la cartera por si, obra de la generación espontánea (qué si no), algún billete de los pequeños hubiese procreado. No, claro…
“Nilda, ahí te quedas, cacho zalamera… ahora vengo”.
Acto 2:
No es muy agradable estar sentado ahí, en esa barra, con la única compañía del suegro del compadre de tu cuñada, del “Incrédibol Hulk de Córdoba-la-llana” (copyright de mi hermano y mío), del dueño del local y de su novia anglosajona. Es un domingo y son las siete de la tarde. Tiempo ha, jamás se me habría ocurrido pedir un cortado en esa barra; sencillamente, porque hubiera sido imposible encontrar sitio en la barra. Pero ahora esto es sólo la sombra de lo que fue, porque los tiempos son lo que, desgraciadamente, son. Alargo el tiempo de mi café (no me importa tomarlo frío) porque es cierto que no es agradable, pero sí reconfortante.
Claire acaricia a la gata en el otro extremo del bar, mientras se quita las gafas (es miope, seguro, me siento identificado con el gesto) y con la derecha sostiene un bolígrafo y ataca un sudoku de complejidad alta. Valiente… no usa lápiz ni tacha. La gatita estéril (hace más de veinte años que conozco al propietario, no es extraño que incluso conozca las cirugías de sus animales) ronronea con tanta intensidad que podría decirse que la vibración se transmite por la madera y llega a mi rodilla. Justo cuando prendo otro nuevo cigarrillo (tendría que ir dejándolo). Me solidarizo y yo mismo soy ahora el que ronronea y se auto-hipnotiza. Es cuestión de segundos desembarcar en Mazagón y tener tu cabeza rizada en mi panza, y tu sudoku, el de la revista, maquillado de borrones…
Hulk y el hombre del árbol genealógico complicado (para mí) han desaparecido cuando vuelvo a Torrox, y empiezo a sentirme incómodo. Pago y dejo propina (como casi siempre). Es por las manos de Claire y su sensación de tranquilidad, la que acaba de irradiar a todo el planeta… se lo ha ganado con creces, y ni lo sabe…
“Nilda, cacho guarrilla, ya he vuelto…”. La muy imbécil está jugando con una bola de pienso…
Acto 3:
“Piénsalo… tu casa no es realmente tu casa hasta que no llamas a tu madre para decirle: los vascos se van de Pekín Express… qué putada, ¿que no?”.