En mi cabeza sonaba mejor II…
Empecé a darme cuenta de que ya había vivido la misma situación cuando cerré el libro y marqué la esquina de la página con un pliegue, depositándolo después en el suelo, alineándolo exactamente con uno de los límites de la baldosa.
Y no, no era el consabido y manido “dejavú” del que tanto gustan de hablar y comentar las falsas entendidas en la materia. Yo era consciente de que no era el mismo púgil (más magullado si cabe), de que ella no era la misma, y de que aquel cuarto de baño en poco se parecía al de la puerta intermedia y la bañera con los grifos oxidados, siempre sin pestillo, por el miedo de la casera a sufrir un conato de conato y no poder avisar a nadie…
Eran y son las dos mismas hambrunas; eso sólo lo sabe quien ha pasado tanta hambre… El ronquido del estómago se confundía con el del corazón, ambas protestas, las dos manifestaciones estridentes que reclamaban el sustento. Era la misma derrota sobre los hombros magullados; la misma vigilia enfermiza. El mismo o el peor mutismo de los intercomunicadores y el mismo humor socarrón, efímero. La misma farsa perfectamente interpretada sólo para acallar los rumores y el “ahí va ese alma en pena que ni sabe ni quiere vivir…”. Y volvían a ser las tapas duras y la ausencia de un marcador decente para no estropear las esquinas (cuánta rabia le habría provocado esa mutilación leve a ella…).
Un minutero avanza a la deriva y silencioso. No, no es el mismo reloj, eso está claro, y por eso mismo no es lo mismo y es tan lo mismo… Y en la habitación de al lado hay alguien, que no es el mismo pero también tiene algo de fraternal en el sentido despectivo, porque no preguntará por lo acuoso, porque mirará para otro lado y se contentará con rellenar, diplomática y elegantemente, los surcos que la rutina y el “saber estar” dejan impresos en los días entre semana. Yo ya he vivido la misma situación, pero no, no es un truco de la memoria, es tan real que duele. Duele, y no hay derecho a quejarse.
Nadie dio un abrazo entonces. Nadie lo dará ahora. Y ya no sé si eso significa que estamos en el buen camino. Y todos tenemos tanta hambre…
Empecé a darme cuenta de que ya había vivido la misma situación cuando cerré el libro y marqué la esquina de la página con un pliegue, depositándolo después en el suelo, alineándolo exactamente con uno de los límites de la baldosa.
Y no, no era el consabido y manido “dejavú” del que tanto gustan de hablar y comentar las falsas entendidas en la materia. Yo era consciente de que no era el mismo púgil (más magullado si cabe), de que ella no era la misma, y de que aquel cuarto de baño en poco se parecía al de la puerta intermedia y la bañera con los grifos oxidados, siempre sin pestillo, por el miedo de la casera a sufrir un conato de conato y no poder avisar a nadie…
Eran y son las dos mismas hambrunas; eso sólo lo sabe quien ha pasado tanta hambre… El ronquido del estómago se confundía con el del corazón, ambas protestas, las dos manifestaciones estridentes que reclamaban el sustento. Era la misma derrota sobre los hombros magullados; la misma vigilia enfermiza. El mismo o el peor mutismo de los intercomunicadores y el mismo humor socarrón, efímero. La misma farsa perfectamente interpretada sólo para acallar los rumores y el “ahí va ese alma en pena que ni sabe ni quiere vivir…”. Y volvían a ser las tapas duras y la ausencia de un marcador decente para no estropear las esquinas (cuánta rabia le habría provocado esa mutilación leve a ella…).
Un minutero avanza a la deriva y silencioso. No, no es el mismo reloj, eso está claro, y por eso mismo no es lo mismo y es tan lo mismo… Y en la habitación de al lado hay alguien, que no es el mismo pero también tiene algo de fraternal en el sentido despectivo, porque no preguntará por lo acuoso, porque mirará para otro lado y se contentará con rellenar, diplomática y elegantemente, los surcos que la rutina y el “saber estar” dejan impresos en los días entre semana. Yo ya he vivido la misma situación, pero no, no es un truco de la memoria, es tan real que duele. Duele, y no hay derecho a quejarse.
Nadie dio un abrazo entonces. Nadie lo dará ahora. Y ya no sé si eso significa que estamos en el buen camino. Y todos tenemos tanta hambre…