
En tus manos, entre tus manos, todo toma la forma de los objetos que algún día nos acompañaron en los momentos que permanecen indelebles en esa despensa de la memoria en la que todos guardamos, como tesoros, las viandas que nos seguirán manteniendo en pie en los tiempos difíciles.
No he acertado a dar con el número de rostros que pueden conformarte entre la multitud de caras informes que se atropellan ante mis anteojos, ante las nieblas de la desazón y del cansancio que doblega mi rutina y que me arroba.
Ni con la cantidad exacta de manos que nunca van a acariciarme; de uñas largas y limpias o mordidas compulsivamente; de anillos o no estratégicamente situados, telegrafiando pulsos con distintos significados, mensajes encriptados.
Tampoco con un único color de iris en el que se condensen y se resuman mil pares de miradas desenfocadas.
Me he inventado un sueño que siempre recuerdo cuando me despierto sobresaltado...
Y es un sueño en el que ya nunca hay que volver a despertar. Porque estáis tú, todas tú, en todas tu plenitud, y en toda tus bellezas...
Y en la vigilia, te disgregas y te expandes en miles de pequeñas partes que viajan en direcciones imposibles de rastrear...
Pero en el habitáculo de los párpados cerrados... ahí tus manos, juntas, toman la forma de una cúpula perfecta que te cubre, y que sí es capaz de abarcaros y de retenerte.
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