lunes, 7 de mayo de 2007


Limpieza de temporada (de rigor)…

Todo patas arriba… todo el desorden multiplicado por veinte y nuevamente dividido entre un número cercano al infinito para aproximarse al cero imposible…

Lizy, Lizy, Lizy… “…perdónala… perdónala… perdónala…”

Toda la estancia con el olor al amoniaco, al limpiador, a la lejía… la atmósfera del apartamento casi irrespirable. El dolor contenido por la muerte de Joe, y el eco de esas malditas últimas palabras… “perdónala, perdónala, perdónala…”.

Emilio sólo quería mantenerse ocupado, e invirtió toda la noche de aquel miércoles en la limpieza de su espacio más inmediato, como si así pudiese también limpiar la marca que habían dejado casi indeleble aquellos días de preguntas, alcohol y llanto…

Elizabeth no respondió aquella tarde al teléfono, cuando Emilio llamó desde el hotel de Virginia. Y tampoco lo hizo por la noche. Ni a la mañana siguiente… Tras aquel viaje de rutina para disputar un olvidable combate, Elizabeth no apareció en el apartamento cuando Emilio y Joe abrieron la puerta. Elizabeth no estaba en casa de su madre, ni en casa de la tía de Joe… Lizy no giró el picaporte en las horas siguientes, su llave no entró en la cerradura, precedida del sonido tan característico de sus zapatillas en el descansillo… Emilio hizo las preceptivas y predecibles llamadas a la Policía, a los Hospitales… incluso a su familia en España (aunque luego se arrepentiría de haberlo hecho, pues su padre, el suegro de Elizabeth, ya no pudo volver a dormir tranquilo nunca más tras aquello…). Lizy se lo había llevado todo; excepto lo prescindible…

Supo, dos semanas después, de su existencia, de su supervivencia, por una nota arrojada bajo la puerta…

Emilio se descubrió a sí mismo, tres años y medio después de aquello, en pie y llorando desconsoladamente en el baño, sosteniendo un pintalabios que acababa de volver al planeta, rescatado de su letargo tras el pie del lavabo, casi escondido o sepultado. Con ese color de sangre difuminada…

“Perdónala… perdónala… perdónala…”

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