De cuando (afortunadamente) volví a perder la cabeza...
Yo tenía, creo recordar, 23 años. Estábamos aquel mediodía todos sentados a la mesa, salvo mi hermano, que ya estaba casado, viviendo en su casa y a punto de tener un hijo... Supongo que solté una de las mías, y mi hermana se empezó a partir la caja...
Mi padre, conocido a lo largo del globo terráqueo por su aparente incapacidad congénita para articular palabra (por aquella época, mucho menos una palabra dirigida a mi), me miró lanzándome estalactitas de escarcha glacial, dejó caer con estruendo la cuchara sobre el plato y espetó: “Eres ya bastante mayorcito, ¿no crees?; déjate de una vez de payasadas y empieza a comportarte como una persona adulta, al menos, por una vez en tu puñetera vida...”. Luego siguió comiendo normalmente. Yo bajé la cabeza.
Loco. No sabían decirme otra cosa. Era la explicación más fácil, la más cómoda: yo estaba loco, me faltaban un par de cajas de tornillos...
El “loco”, tras aquel almuerzo en el que sintió que estaba defraudando a su familia, sentó la cabeza y se convirtió en un hombre “de bien”. Serio, respetable... y ocupó un lugar privilegiado en su comunidad; en su municipio incluso. Hasta llegó a dejar de escribir durante meses, años... y se dedicó en cuerpo y alma a comportarse como la persona adulta que cabía esperar, haciendo las cosas que de una persona “normal” cabía esperar. Mi hermana, no obstante, dejó de disfrutar en las comidas...
Y entonces, la chica del “loco” se cansó del ciudadano-modelo... y el chico-modelo sentía arcadas al mirarse en el espejo y no encontrar al “loco”. Y todo se fue a la puta mierda.
Yo tenía, y lo recuerdo muy bien, 25 años, 7 meses y 15 días. La cara de mi padre estaba desencajada mientras yo jugaba a irme de este mundo y el clérigo-galeno exorcizaba al cuerdo de la raya al lado y el rostro lampiño que se había empeñado en poseerme... Y lo logró...
Y ya siempre esperaron mis gilipolleces con ansia. Y mi padre fue el primero que comenzó a seguirme el juego. Y mi hermana volvió a sonreír. No hubo nadie más loco en nueve galaxias a la redonda. Todo marchaba bien. Todo marcha bien. De puta madre, diría yo...
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“Loco”. Un sms, una palabra, pueden bastar para intentar hundir a un ser humano... Cariño (1), te estás equivocando. Nunca entendiste nada. Gracias por el cumplido, aunque bien sabemos todos que la intención era la de aniquilar el ánimo. Gracias por permanecer tan lejos, al fin y al cabo...
Cariño (2): Sigo siendo aquel de quien te enamoraste... Tenlo siempre presente...
Cariño (3 y la de verdad): No temas abrirte el pecho en canal...
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“Soy un loco. Estoy loco. Allá los cuerdos con su educación” (JESÚS QUINTERO, el “Loco de la Colina”).
PD: MR también piensa que estoy loco... pero sé que le encanta, aunque nunca me lo diga...
Yo tenía, creo recordar, 23 años. Estábamos aquel mediodía todos sentados a la mesa, salvo mi hermano, que ya estaba casado, viviendo en su casa y a punto de tener un hijo... Supongo que solté una de las mías, y mi hermana se empezó a partir la caja...
Mi padre, conocido a lo largo del globo terráqueo por su aparente incapacidad congénita para articular palabra (por aquella época, mucho menos una palabra dirigida a mi), me miró lanzándome estalactitas de escarcha glacial, dejó caer con estruendo la cuchara sobre el plato y espetó: “Eres ya bastante mayorcito, ¿no crees?; déjate de una vez de payasadas y empieza a comportarte como una persona adulta, al menos, por una vez en tu puñetera vida...”. Luego siguió comiendo normalmente. Yo bajé la cabeza.
Loco. No sabían decirme otra cosa. Era la explicación más fácil, la más cómoda: yo estaba loco, me faltaban un par de cajas de tornillos...
El “loco”, tras aquel almuerzo en el que sintió que estaba defraudando a su familia, sentó la cabeza y se convirtió en un hombre “de bien”. Serio, respetable... y ocupó un lugar privilegiado en su comunidad; en su municipio incluso. Hasta llegó a dejar de escribir durante meses, años... y se dedicó en cuerpo y alma a comportarse como la persona adulta que cabía esperar, haciendo las cosas que de una persona “normal” cabía esperar. Mi hermana, no obstante, dejó de disfrutar en las comidas...
Y entonces, la chica del “loco” se cansó del ciudadano-modelo... y el chico-modelo sentía arcadas al mirarse en el espejo y no encontrar al “loco”. Y todo se fue a la puta mierda.
Yo tenía, y lo recuerdo muy bien, 25 años, 7 meses y 15 días. La cara de mi padre estaba desencajada mientras yo jugaba a irme de este mundo y el clérigo-galeno exorcizaba al cuerdo de la raya al lado y el rostro lampiño que se había empeñado en poseerme... Y lo logró...
Y ya siempre esperaron mis gilipolleces con ansia. Y mi padre fue el primero que comenzó a seguirme el juego. Y mi hermana volvió a sonreír. No hubo nadie más loco en nueve galaxias a la redonda. Todo marchaba bien. Todo marcha bien. De puta madre, diría yo...
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“Loco”. Un sms, una palabra, pueden bastar para intentar hundir a un ser humano... Cariño (1), te estás equivocando. Nunca entendiste nada. Gracias por el cumplido, aunque bien sabemos todos que la intención era la de aniquilar el ánimo. Gracias por permanecer tan lejos, al fin y al cabo...
Cariño (2): Sigo siendo aquel de quien te enamoraste... Tenlo siempre presente...
Cariño (3 y la de verdad): No temas abrirte el pecho en canal...
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“Soy un loco. Estoy loco. Allá los cuerdos con su educación” (JESÚS QUINTERO, el “Loco de la Colina”).
PD: MR también piensa que estoy loco... pero sé que le encanta, aunque nunca me lo diga...
2 comentarios:
Todos estamos locos, hasta la mujer que intenta herirte con el adjetivo, sin saber que las palabras no hieren, sino quien las lanza, y sólo cuando aún te importa.
mejor que no vuelvas a dejar de escribir, porque lo haces muy bien.
es un piropo
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